Julio Thermidor
es mes de alzamientos nacionales, y este año le ha tocado rebelarse al Covid
con otro suflé vírico que amenaza con el alzamiento, nada glorioso, y sí de
bienes, de todo quisque. Nunca julio, mes pluscuamperfecto y de cosechas, avisó
con tal ruina. Así es que, más madera.
¿Qué hicimos mal en la república de
dolce vita recién truncada por el golpe de este calor frío juliano? Todo menos
morir, que no es lo nuestro –hasta aquí–. Y menos en su reino de sol, moscas…,
y virus, del rey de la canícula y Calígula de pobres, padre de la generación
Pandemia y de los tapabocas anacrónicos, extemporáneo él, tontucio, triste entre
los soles y perdido, amén de perdulario y rebrotista que fusila en jardines,
paseos y colmados las esperanzas de la gente al relente de su infierno canónico.
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Y así, él, mes sandía de rojo carmesí más que de grana y oro, nos
deja más dolientes que nunca, jondos todos (o jodíos) de tanto quejío.
Y es
que, no es que haya empezado la cruzada, pero lo que es la cruz, por no hablar
del calor, ya nos aplasta y los caídos por dios (o el diablo) y por España empiezan
a ser tantos que jamás habrá un valle tan amplio como para acogerlos.
Y así, los cantos de sirena propios del mes son los de esas chicharras engrillotadas (tan aficionadas a los
grilletes) que hablan de la reconstrucción de España –el último en utilizar ese
lema que nos traería una burbuja crónica de cemento y otros tóxicos fue Franco
en el 39–.
Pero antes habrá que acabar de destruirla, digo yo. Y a eso vamos, empezando
por el empleo, y después la atención primaria, y luego con la escuela, y así.
Aunque, aprovechando a julio como crisol, ya que se las pinta solo como alto horno, quizá
sería mejor fundirla y hacer otra. Es la gran tentación juliana de siempre,
europea y sobre todo local. O tomar vacaciones. Que, bien pensado, es lo mismo.
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