Se
urgía por aquí y por allí la necesidad de poner coto a tanta miseria y la
solución vino cuando la Charo iba por el sexto bombo, como se ha dejado en
entredicho.
Yo
no te quiero, serrana, Hiendo en tu piel de flor
por
tus buenos sentimientos. como aeroplano,
Te
quiero por tus hechuras, almíbar son tus manos
tu
cultura y tu dinero. para mi pecho recauchutado.
Fue
en un poco de tablao que liaron unos cuantos en la taberna donde acudían a
lengüetearse los pesares con mirabrases. Se abrían en canal las carnes y se
escanciaban el remedio de la siguiriya, y una vez ya indoloro el malevaje,
partían hacia los aires de más allá de la penumbra entre bamberas, bulerías y
cantiñas.
Perico el tabernero, estaba de reformas y, en ese momento, acodado sobre el mostrador, estudiaba algunos adelantos que los peritos querían ponerle, en concreto unos modelos de aparatos domésticos.
–iAndá!,
y ese cajón que parece un ovni, ¿qué es?
Dijo
el primo Julepe, al ir a recoger una botella de amontillado.
–Un
lavaplatos.
Respondió
Perico sin removerse.
–iArrea,
como mi primo Manolillo! ¿Y eso lo venden?
–Y
hasta hay quien lo compra.
Siguió
el otro sin inmutarse.
–Pues
tráete a mi primo y te quitas esa pejiguera.
Y
se fue riendo a contarlo al tinglado bullanguero. Pero en seguida, el primo
Ramón, que cuando se empitonaba le salían las luces, cayó del burro y dijo:
–¡Cagüen
la leche, un lavaplatos pa’mi primol
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Tengo
el amor en paro Espera,
que voy,
y
a fichar voy tos los días guárdate, que vengo,
porque
creen que los defraudo que si sigues pintándote,
y
me enamoro a escondías. prima, yo ya no te espero.
–Sepa
Dios lo que nos lleven.
–¿Y
eso lo sabrá usar una presona? Mira que a él se le da muy bien la mano, pero
ese maquinario...
–Ná,
si dice aquí el Perico que eso lo ponen las tías en marcha que pa qué.
–Eso,
y de paso que curre la Charito.
–No,
si por ella no es, que es de su casa a carta cabal. Si es por él.
–Hombre,
pues yo creo que entre todos y vendiendo la lana...
–¡Qué
lana ni qué niño muerto! ¿Es que lo vamos a comprar?
–Joer,
joer. Que esto es serio. Que se juega el bien de una familia.
–Bueno,
pues lo mercamos. Ya veremos cómo. Pero, ¿y el Resabío?, a ver cómo se lo
endiñamos.
–Lo
tengo aquí –se dio el Ramón en la sien izquierda–. Se lo damos a la Charo pa su
santo.
–Y
te raja el Manuel. ¡Pero no ves que lo afrentas, muchacho..!
Intervino
otro, más viejo
–¿Entonces,
a él...?
–¡Hombre...,
de cajón. Pero no pa su santo, que ese, con la cosa de meterse a castellano, me
han dicho que ya no celebra na más que los cumpleaños.
–Entonces
no se hable más.
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con doce cajas
cargás de bitter.
Manolillo
el Resabio, que en su proceso de segregación había llegado al convencimiento,
acertado, de tener menos futuro que un mochuelo en una solanera, también juzgaba,
de forma equivocada y presa de los tópicos absorbidos del mundo payo, que la corteza cerebral de su raza no pasaba de
costra, eso sí más por la poca gimnasia que como producto de la higiene. De
manera que cuando aquella tardenoche de octubre llamaron a la puerta en plena
jarana se vio gratamente sorprendido.
Allí
estaba la cuadrilla al completo que el creía desafecta y despreciativa de su
convidada, cantando por Huelva, y dos señores con mono, más contentos que la
pita, pedían permiso para entremeterse y endosarle aquel cajón enorme, que al
abrirse y mostrar el invento, enseguida supo Manolín que aquello era lo que lo
iba a relevar de lo manual como fregón y de la alevosía que tal actividad le
alzara alrededor. Y lloró.
Y
así fue como Charito Bailén Amador pasó a ser la primera gitana que dispuso de
lavavajillas, llegando a ser famosa por ello en tiempos, de cuyo evento ahora
se cumplen veinticinco años. Desde entonces, Manuel el Resabío, devuelto a la
hombría por obra de la tecnología americana, congraciado con su patriarca, que
aún vive, de esta guisa pasó a ser Manuel el Resabio el del Lavaplatos,
contando así ya con un mote compuesto como signo de alcurnia máxima. Y todas
las noches, como tiene un contrato nocturno de abaratamiento de la energía paya,
genio y figura, le pide a su Charo que
le deje ponerlo en marcha. Y no se duerme hasta que no escucha el ronroneo del
aclarado.
Anoche
soñaba yo
que
era el agüita de azúcar
de
una raja de melón.
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