Dicen
que julio nos va a agosticiar. Aunque agostados ya estábamos. Vencidos cual
espigas, trasnochados obligados, pero no por prescripción facultativa, como
antes del virus cuando los galenos mandaban pastillas para dormir y a la vez no
acostarse temprano.
En cambio ahora, y como buena carne de perro (¿flacos?) que
somos, al fin nos han prohibido en los ambulatorios. O mejor, los ambulatorios
al fin son prohibitivos para pacientes y futuros.
Por internet, no hay forma de fijar una cita. Si llamas, como han adoptado el sistema ese de ponerte el soniquete mientras te potrean, vacilan, ultrajan, aburren y humillan, hasta que desistes –no han sido pocos los que se quedaron en casa a morir por eso–; y si vas, allí están unos cuantos perros de portás, toda la policía de clases subalternas sanitarias del régimen al servicio de su amo, para echarte el alto, y que no entres, por si estás malo (¡), será.
Por internet, no hay forma de fijar una cita. Si llamas, como han adoptado el sistema ese de ponerte el soniquete mientras te potrean, vacilan, ultrajan, aburren y humillan, hasta que desistes –no han sido pocos los que se quedaron en casa a morir por eso–; y si vas, allí están unos cuantos perros de portás, toda la policía de clases subalternas sanitarias del régimen al servicio de su amo, para echarte el alto, y que no entres, por si estás malo (¡), será.
Y si al fin te ve el médico, que
es un decir, pues es de oreja, te da cuatro capotazos, te manda las pildoritas
como el que echa a la bonoloto, y hasta otra, si te quedan ganas.
O eso, o a
urgencias. Vamos, que la famosa sanidad primaria, la gran sufridora, víctima y
súper agredida por todo tipo de caciqueos (sin contar los propios de su corporativismo);
esa que se ha incluido por la cara en el panteón de los últimos héroes pandémicos
–los voluntarios, enfermeros y médicos de prácticas y contratados para comerse
el marrón y las muchas bajas, al parecer no cuentan–; esa que vive de esa pose numantina
de entrega pública frente al invasor (no socialista, quiero decir); esa cuyo
mensaje parece ser que no hay que usar, por si acaso; esa gran superviviente,
según la propaganda, a los mayores recortes, pero cuyo fiasco a día de hoy
difícilmente se justifica con eso, como el meteorito que acabó con los
dinosaurios; esa es la que está a punto de irse a la mierda, y no con el
enemigo a sus mandos, no.
Solo un dato: hoy, cualquiera de más de 50 años o
tiene un seguro privado o se lo haría si pudiera.
Y es que jamás los
sedicientes (y sediciosos) defensores de la sanidad pública, jamás hicieron
tanto por la (diabólica) sanidad privada, pues no hay mayor ayuda a la
competencia que la propia incompetencia. Salud.
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