La libertad está muy sobrevalorada –salvo donde
viven muy oprimidos, como Cataluña o Tabarnia, por ejemplo.
En las sociedades cínicas, acomodadas y hedonistas, la felicidad calza más puntos, y sus tres vías tópicas de acceso, salud, dinero y amor siguen presentes en el deseo de su posesión, a juzgar por las colas en las loterías, las listas de espera hospitalarias y la vida de escarceo permanente y mimética parada sexual general, entre los 12 y los 90 (por lo menos).
En las sociedades cínicas, acomodadas y hedonistas, la felicidad calza más puntos, y sus tres vías tópicas de acceso, salud, dinero y amor siguen presentes en el deseo de su posesión, a juzgar por las colas en las loterías, las listas de espera hospitalarias y la vida de escarceo permanente y mimética parada sexual general, entre los 12 y los 90 (por lo menos).
Lo único que cambia es el orden de los deseos. Y si de joven,
con la salud el amor viene solo, y lo que falta y se ansía es el dinero, de
viejo, el amor suele ser una añadidura de la cartera y la carencia es la salud.
Aplicando lo cual podríamos establecer si la sociedad es joven o vieja, de un
modo orgánico, y por tanto tan falso como asegurar si es más oral que anal, según
el criterio freudiano, lo cual, a razón de la actual satisfacción de lo sexual,
sería bastante reñido.
De modo que, ante la confusión entre ricos y pobres,
variedad y cambalache de sexos, y lo relativo, químico, trucado y protésico de
la salud, y puesto que la normalidad no existe y no hay taxonomía que valga o
en todo caso sería mixta o híbrida y estéril, a lo que se ha llegado es a un
consenso básico a partir de la coexistencia obligada con los demás y con la
escasez, y que consiste simplemente en comer.
Pase lo que pase, seas quien seas
y estés como estés, lo sagrado es comer. Y bien: de todo y con cualquier
motivo. Y lo bueno es enemigo de lo mejor –ahí están los polis de los barcos
patera de Barcelona–.
Vamos camino de hacer de eso una religión, cuyo pecado
mayor es comer mal, que ya está muy mal visto y que acabará estando prohibido. Igual
es un signo más de la creciente regresión infantil extrema al placer de lo oral,
o una compensación decadente y barata de la falta de liquidez o de sexo, que es
lo mismo. O que las penas con pan son menos. Pero lo cierto es que la manduca,
desde que se democratizó, es el fetichismo con el que se mide el grado de
democracia de la sociedad, y de su calidad. Y no el dinero. Lo cual es un
fraude. Pero es tan bonito. Y que llena.
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