La postverdad siempre ha existido, al no ser en
realidad más que un triunfo virtual del deseo insatisfecho por (no)haber vivido
otra cosa que lo vivido. Esa tontería. Así, muchos años después, que diría el
colombiano, frente al pelotón de fusilamiento de la edad, he llegado a ver a
gente de mi generación acordarse nada menos que del Mayo 68. Bueno, y yo
también. Solo que no del mismo.
Yo recuerdo la confusión invernal que me
produjo la negativa a actuar en Eurovisión de Serrat, del cual era fan de
transistor –la nueva tecnología, como ahora el móvil, a la que estábamos enganchados
muchos adolescentes, tan ávidos de novedades en la paramera vital–, y mi
percepción de Massiel entonces como advenediza pesebrera. También recuerdo la
frustración que me produjo no poder ver West Side Story, por ser para mayores
de 16 años, y yo no tenía ni el carné.
Eso sí que fue gordo, pues más tarde,
cuando la repusieron en el Teatro Circo, verla fue como un alivio. Y mejor además
que la contada mil veces por los mayores, lo cual ya es raro. Una prohibición
–tan característica de aquella crianza– que debí de rumiar durante todo el mes,
tal vez mientras recogía el primer segón de alfalfa o en los numerosos santos
al cielo que sin duda se me irían preparando las mates de la reválida de 4º,
embebido más en cómo escaparme de otras obligaciones para practicar el Fútbol
Total en las eras de la Fiesta del Árbol, que luego patentarían Cruiff y Cia.
Debido a todo esto, no me enteré del conciertazo de Raimon en Madrid, ni del
inicio de las conversaciones de paz en Vietnam. A mí la verdad es que el
sureste asiático me pillaba lejos, y bastante tenía con el de aquí, con sus
sequías y sus barberos, que no sabían aún ni de los Beatles.
Y sin embargo
algunos ya estaban al parecer pendientes de lo de París y al tanto de los
nuevos fantasmas que recorrían Europa. O así lo contaron, y lo cuentan (y
añoran). Y aún hay quien se lo cree. Solo que al final todo ha quedado en otra
película, facilona y gratuita. En una de fantasmas, que es en lo que acaba toda
historia, todo cuentista y todo oyente. No sé si por desgracia.
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