ETA se
ha apuntado al final (¿) a una cosa que se lleva mucho últimamente: el party
funeral o funeral fiesta.
Lo de celebrar la muerte –algo que los suyos siguen haciendo con la de otros- con un happening o guateque, es algo que viene del norte (y en nuestro caso más), y al contrario del gusto por lo íntimo de las despedidas fúnebres instalado por aquí, ellos han optado por la instalación, la performance, a lo nórdico, como suelen hacerlo en esos parajes tan oscuros (aunque menos que algunas almas), que tienen que aprovechar a los difuntos para poder reunirse y tomar un bocao y echarse unos jijijajás. Como las hienas.
Y
estos, que se han tomado el velatorio nacional que han fabricado a hierro y
fuego como una sociedad gastronómica más, a los postres de la historia, y como
necesitan mucho público para reírse de todos, en vez del típico “no se invita
particularmente” tan esperado para su entierro, han celebrado, previo casting
macabro-hijo de puta internacional, todo un alboroque, como suele hacer todo
aquel que acaba de vender algo (en su caso la moto de su extinción), una
convidá con todos esos buitres profesionales de lo cadavérico que forman la
clá, no se sabe bien si de entristecidas plañideras o de fieles y alegres
aplaudidores por todos los muertos –o vivos muertos en vida, que es igual- por
la incausa. Y todo ello a cambio de las treinta monedas en parabienes,
regalitos y a lo mejor un viaje a las Maldivas, con que a lo peor se les paga
el bolo, sufragado por el resto de los que quedamos con vida. De momento.
Siendo
por lo cual que con todos esos solidarios interlocutores venidos a picotear en
la carroña y a sorber de los jugos mefíticos de nuestros restos, esos tristes
pajarracos sonrientes dedicados al turisteo con la muerte haciendo de testigos
de ese otro crimen terrorista que es hacer el teatro de su extinción, con todos
siga siendo bien de aplicación el viejo chiste gringo de abogados, debidamente
parafraseado: “¿Qué son 40 mediadores, observadores y testigos del fin de ETA
encadenados en el fondo del mar?”. Pues un buen comienzo. Que, por desgracia,
no ocurrirá. Malhaya.
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