El
populismo, que es lo de ahora, pasa a ser directamente paletería según se
desciende en la escala urbana, y el grado de catetismo de los políticos, proporcional
a su barato clientelismo con las pequeñas cosas de la cotidianeidad ciudadana, así
como de un paternalismo permisivo obscenamente absurdo y un afán de gestión
propio de patio de vecinos.
Por ejemplo, la aceptación como normal y hasta lógica de que los bancos de los parques y otros sean pisoteados por jóvenes que, bajo un síndrome gallináceo, los dejan inútiles para el servicio, siendo la respuesta –política– que se limpian todos los días. Y tan ufanos.
Es como si
un maltratador hincha a la mujer a palos a diario y aduce en su defensa que al
menos la lleva a urgencias a continuación a que la curen. Son así de lerdos.
Con lo fácil que resultaría colocar unos bancos especiales, tipo palo de
gallinero, para que esos volátiles practicasen su postureo, de cara al
Kamasutra u otras cosas, ya puestos, incluido cagaditas desde lo alto, por si
las de las de otras aves no fuesen ya bastantes, si es que lo que se quiere es
facilitar la vida a la juventud, como se hace con el botellón y demás.
Y lo que
no es juventud, como es hacer la vista gorda con los que se dedican a alimentar
palomas, ardillas, tordos o gatos (y en consecuencia ratas y otros bichos
indeseables), tan contrario a toda norma escrita o no, viéndolo como un acto de
bondad y amor, que por tan ajeno a los intereses colectivos hace dudar si las
alimañas de verdad no estarán en el consistorio.
O por ejemplo, la mendicidad
institucionalizada, o mejor los mendigos no de las instituciones, aunque
prácticamente funcionarizados, con sus puestos fijos, sus zonas, sus clientes,
que no sé si pagan el impuesto correspondiente.
Por no hablar del
consentimiento de los excesos del cocherío, perros, tráficos y otros, allí
donde la ciudad pierde su nombre en el barrial, y vuelve a ser pueblo, y como
tal intocable (y paria). Donde son como de la familia y hay confianza (y da
asco, claro); mejor dejarlo estar.
Y es que nunca el cultivo del populacherismo
paleto fue tan rentable como en la ciudad.
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