La burocracia española, tan pionera como desapercibida para Weber
en su estudio, tiene en algunos socialistas de boquilla sus más ardientes
renovadores desde los tiempos de Larra,
con esta última vuelta de tuerca de su peculiar ocupación de la Administración como cargos electos que ha supuesto el advenimiento (el penúltimo) del Sanchismo, tal y como, por otra parte, se viene haciendo desde hace décadas y que aparte de ponerlo todo perdido de políticos de falda, contrapecho o babilla todo lo más, por usar términos de charcutería más cercanos a su quehacer, les permite de paso dar vida al máximo sueño español de meterse por el morro a funcionarios –o aumentar de nivel el que lo sea–, aunque sea temporalmente.
con esta última vuelta de tuerca de su peculiar ocupación de la Administración como cargos electos que ha supuesto el advenimiento (el penúltimo) del Sanchismo, tal y como, por otra parte, se viene haciendo desde hace décadas y que aparte de ponerlo todo perdido de políticos de falda, contrapecho o babilla todo lo más, por usar términos de charcutería más cercanos a su quehacer, les permite de paso dar vida al máximo sueño español de meterse por el morro a funcionarios –o aumentar de nivel el que lo sea–, aunque sea temporalmente.
A
pesar de su erosión por la profesionalización o por el Estado de derecho, la
especial idiosincrasia administrativa española sigue su acumulación negativa de
martingalas y bienes mostrencos. Y si ya en el Renacimiento su plantilla
frailuna hizo lo posible por integrar lo divino y lo humano e inventó la
Inquisición, perfeccionó la censura y la confesión y creó esa mezcla diabólica
de arrepentimiento y contrición que es la obediencia debida, para garantizarla,
cuando la política se secularizó y liberalizó, nació la cesantía.
Los más
radicales la llamaron depuración, trasladando a lo administrativo la visión
organicista de la sociedad en un tiempo en que las oposiciones de los
funcionarios de entonces eran más bien pocas. Una mecánica del desahucio de la
función pública que ha tomado nuevos bríos en renovada farsa, incrementando con
la cesantía propia de los políticos metidos a funcionarios la típica más o
menos encubierta de la Administración, tan solo por haber ejercido bajo mandato
del contrario, querer ser independiente o escribir cosas como ésta, sin ir más
lejos.
Lo cual no tiene mayor importancia, pues se trata de simple fascismo
cotidiano ejercido desde el poder cuando éste se torna totalitario. Nada más. Son
los peligros típicos de la acumulación de poder. Pero lo grave viene cuando esos/as
sicarios metidos a depuradores o serial
killer de empleados públicos manipulan y desvirtúan las instituciones a las
que se supone deben estar subordinados, convirtiendo el sistema en un fraude por
sistema, y haciendo de su capa un saco zurcido con la lezna del “aquí mando
yo”, lo llenan de carnes de yugo claudicantes que han medrado a lo “Elvis la
pelvis”, de una profesionalización nula, o peor, con o sin vaselina, ejercitando con intrusismo una función que de
pública sólo tiene la del cobro por servicios prestados de su prostitución y
que convierte esto en lumpemburocracia de “ringondangos”, al ciudadano en
timado, al militante en vergonzante y a ellos, si se hicieran un test de embarazo,
en ausentes preñados hasta el pancreas de una autoindulgencia que ni en un
puticlub se vio con más pachorra. Y es que, con todo respeto, cuanto más se
agachan, más se les ve.
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