Poco a poco la Iberia profunda,
o sea casi todo menos las metrópolis, se va convirtiendo en un erial de diseño,
en un paisaje destinado a parque monotemático findesemanero, todo dispuesto para
el safarismo de visitas guiadas a parajes, catas gastronómicas, andarismo, talleres
de regreso al pasado, evocación artificial de las raíces y la falsa estirpe
como seña de lo auténtico, a ver quién es más tradicional.
Toda esa horrible identidad perdida pseudo rupestre de mira y vete último modelo, entre cabras, andariegos y falsos campesinos, anunciada a todas horas en la tele para que vayas y goces de tal despensa de ocio natural, a la que los políticos solo acuden cada cuatro años, lo cual es otro aliciente, pero también prueba que son los exteriores de una peli cuyos protas solo son extras, figurantes que la canalla se zampa cuatrienalmente, pues las cabras (aún) no votan, o al menos no todas.
Como ahora en Andalucía, adelantada
de lo dicho, todo tan rural y apañado, y con el plus sureño, con de todo en los
pueblos blancos, como en el resto del estado pero aquí más a lo Bienvenido Mr.
Marshall, tras tanta mugre y miseria históricas.
Pero hay
satisfacción (¿o será falsa insatisfacción?, que es peor) y los nuevos pobres, hijos
de pobres viejos, lo llevan ufanos, con buena cara. Como ya pintó Goya, el extra
solo adquiere épica con su fusilamiento.
Pero, claro, sin extras, ¿cómo llenar
pantalla?, pues, ¿qué paisaje hay sin figuras? Y sobre todo, ¿quién limpiaría
los váteres de las casas rurales en la riada de excursionismo del pueblo en
marcha al nuevo paraíso que se nos viene encima?
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