BESTIARIO
Casta novena: Pato.
Con él, la guerra bacterológica está servida. Su
origen se remonta al día que Tetis sacó de las aguas a los cisnes para
salvarlos de ser violados por Zeus. Las demás ánades, como es normal, también
se abrieron sin su permiso, y Tetis, afrentada por ello, restringió sus baños a
charcas más acordes con su cuello corto y les recortó los vuelos, y por su
sabor macilento, su porte estulto y su limitado don de lenguas, las predestinó a la segunda división y a sorber del suelo todo tipo de
sapirujos y guarrería.
Son socios numerarios de la Congregación Palmípeda y se rigen por la Constelación Ánsar, y según testigos que han podido soportar la mitad de alguno de sus Congresos, les pone hepáticas eso de servir de gula y ser más longevas que otras aves.
Son socios numerarios de la Congregación Palmípeda y se rigen por la Constelación Ánsar, y según testigos que han podido soportar la mitad de alguno de sus Congresos, les pone hepáticas eso de servir de gula y ser más longevas que otras aves.
Nota bene:
Lo virulento de esta
entrada ha sido históricamente achacado al regusto amargo que las guerras
climáticas derivadas de la radicalización del tiempo sur dejarían en las desde
entonces irreconciliables facciones ecologistas, endilgando a este animal la
causa de su disidencia, tal y como antes lo hicieran sobre las corrientes del
Niño y la Niña, el Jet Stream o los todoterrenos, dando lugar a una de las más
engorrosas y reprobables controversias de la era del Plástico, que encontró
finalmente en el pato al verdadero azacán de carne y hueso de sus males, al que
lacerar con todo tipo de basura divulgativa durante centurias, y que los
propios animales recogerían luego en sus catecismos para hacerse un ánima, sin
los análisis de calidad que hubieran sido deseables, como se echa de ver, pues
no estaba su mente aún para muchos trotes, y creían pensar haber hecho un gran
bien a la humanidad al trasladarse según cambiaba el clima a lugares donde sus
muslos eran considerados revuelveletrinas, y el paté una profanación repugnante
de sus más higiénicos principios, con lo que se quedaba bien con la Unión
Ecológica Universal, que se había postulado evangélicamente por la no admisión
a trámite de un manjar que ponía en peligro indirecto a otras especies y era la
viva imagen del despilfarro. Si bien aquello fue tan contundente, o fuerte,
como se diría entonces, que muchos, incluso militantes, no pudiendo adaptarse,
lo consumían a escondidas, estirando el vicio del miedo a su censura con el
pecado de glotonería, acompañando, bien con champaigne o chablis, según caía, o
con entrantes tales como angulas y ancas de rana, que para los seguidores de la
tendencia ortodoxa Ecologistas en Inanición fue ciertamente demasiado, pues,
como partidarios de la anorexia trascendente y levitante, aprovecharon la
controversia para desmembrar la Unión, llevándose lo gordo a otro sitio, así
como la documentación del SIMCA 1000 (Sitios Ideales para el Mantenimiento de
la Cuestión Amorosa), vaciando así de contenido al órgano ejecutivo como el
principal entre congresos, y haciendo inviable cualquier política de
acoplamiento y, sobre todo, como se dijo, “sin praxis que valga”.
Esta debacle fue el
principio de una de las sangrías más fratricidas, dispendiosas y fatídicas de
la historia de la ecología –aunque la de los Orígenes tampoco estuvo nada mal–,
dejando tras de sí ingentes rencillas sin cauterizar hasta que las aguas
volvieran a su cauce, o sea, unos doscientos treinta y tres años después cuando
la blandura y la lluvia se reanudaron, tras multiplicarse las plegarias porque
los “desiertos volvieran a hallar su esencia”, cosa que no plujo ni poco ni
mucho a los que se habían tenido que quedar con los patos dando el coñazo en
busca de babosas por los arenales, encontrando sólo lagartos de a palmo que,
para colmo, estaban protegidos, y al no saber qué hacer con ellos por aquello
de las fluctuaciones del mercado (y el Índice de Ventas), fueron dados al
sacrificio subvencionado por el Norte, a escote, que decían que así nadie era
caro y todos demócratas, para que el paté siguiera estando por las nubes. Un
genocidio que dio lugar al aforismo “pagar el paté” y que, en justa venganza,
engendró los polvos de su mala fama traducida en esta plegaria y en el odio de
la hinchada hacia ellos. Clamor en su contra sobre el que puede consultarse la interesante
aportación, El Pato Donald, imago prístina de la palmipedofobia y la
antipatología tempranera. es. Varios Autores.
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