La historia
es de esas cosas que se lleva a cabo sin seguro de daños a terceros, de modo
que no hay nada más indefenso que un damnificado por ella.
Lo que me lleva a pensar si la historia no obra así para compensar el no estar tampoco asegurada contra ellos, contra los terceros, los tibios, los compañeros de viaje que sin comerlo ni beberlo acaban potreándola, como es el caso de nuestros progres, los denostados, detestados, vituperados y odiados maravillosos progres de chaqueta de pana grande para sus pechos, estrecha para sus andorgas y coderas sin estrenar, benditos sean y Dios guarde en el poder al menos un año más.
Lo que me lleva a pensar si la historia no obra así para compensar el no estar tampoco asegurada contra ellos, contra los terceros, los tibios, los compañeros de viaje que sin comerlo ni beberlo acaban potreándola, como es el caso de nuestros progres, los denostados, detestados, vituperados y odiados maravillosos progres de chaqueta de pana grande para sus pechos, estrecha para sus andorgas y coderas sin estrenar, benditos sean y Dios guarde en el poder al menos un año más.
Los
progres vienen de Francia, país luz, reino de la tercera vía, regazo de
revoluciones ilegítimas, proveedor oficial de deslumbramientos históricos para
bolsillos modestos, y gran puta del mundo que siempre nos afrancesó, cautivos
de su glamour depilado, poniéndonos al final de su cola de amantes, hasta que
en los sesenta se corrió la voz de que nos lo haría hasta gratis, y fue lo más.
Veíamos
el tour y exclamábamos: “¡Mira, mira, qué verde está todo!”. ¡Y lo daban en
blanco y negro! Ya hay que querer a Francia, que con su halo platónico de novia
de postal, hacía imaginar la vida, si no en rose,
como la Piaff, sí en color, como cantaba Antonio Molina “que para ver las
estrellas, Sofía Loren es lo mejor”, ilustrando el tremendo contraste con el
paisaje lleno de grises, y no sólo metafóricos, que nos rodeaba, en el que
aterrizó una niebla de progres.
Pertenecían
a la clase media del caballito de cartón y jugaban a un sí-es-no-es de
margaritos, parecido al no de morro tieso de sus primas cuando las sacabas a
bailar. De lo otro, ni hablemos. Y naturalmente, eran despreciados por los más
comprometidos con la historia, que les advertían de que iban a ir a parar a su
furgón de cola, por blancos y cagones.
Y pasaron las modas, desaparecieron el
Integral, Cambio 16, el Viejo Topo y los comprometidos con la historia. Pero
ellos siguieron ahí, reproduciéndose por métodos incluso sexuales, con el mismo
jersey Camacho pero de Benetton, agazapados tras niños temporeros saharianos,
la ecología de diseño, la cuota a oenegés y los conciertos vomitivos, y un día,
con el doctorado de gastronomía y vinos de marca sin estrenar, se pusieron la
trenca y, sin cazarla ni cocerla, se comieron a la historia bien hecha.
Los
comprometidos, a esas alturas radicales ¿libres? estigmatizados por el
prejuicio de prescripción tópica del síndrome de Pilatos, canjearon la revolución por bonos al portador y formalizaron el
matrimonio entre su radicalismo de aluvión y la sigla oficial nodriza, al fin
juntos, tras muchos años de andorreo, meandros y
guadianas, en el mismo cono de deyección político, que aunque suene fatal, en
realidad es todavía peor, para hacer de compañeros de viaje de aquellos progres
desrumbados y acomodaticios vergonzantes, sin ideología y sin partido, que
nunca iban a aprobar la reválida, y hale, a pedalear como gregarios,
adláteres, palmeros, secuaces, compinches, etc, lo que en terminología progre
se llama complicidad, para formar, ya en total sintonía, la alianza de
progreso, la gran revoltaza de progres de ayer y hoy.
En este matrimonio cantado, los sigleros aportaban el presupuesto,
los empleos alimenticios, la subvención para copas; y el radicalismo
reestructurado, ya sin razón de estado ni social, indigente y carne de cañón in
pectore, encontraba en la progresismo difuso de pelotazo, visa oro y el “todos
son iguales” (cuando conviene) del nuevo conglomerado, el socio comprador de su
renovación de la praxis revolucionaria, materializada, a cambio del plan
renove, en esa parodia programática de la gran olla podrida reivindicacionista
con visos de movimiento –por supuesto de izquierdas–, en la que cabe desde lo
identitario sexual, lo étnico o alternativo, hasta la minusvalía, la
segregación, el ambiente (cualquier), el curro, el feminismo, los niños sin
agua, los perros sin hueso o la petanca.
Ese magma viscoso de progres viejos, de sangre azul, neoprogres,
progres de progrom, progres de pueblo, de Almodóvar o de Springsteen, de salón,
de footing, de boutique, de atascaburras o de cantina, de vocabulario o de kermés,
progres bodegueros y del Barça, progras, progres fachas o monárquicos, ultraprogres,
carpetovetoprogres, trasnochados o sin alcohol, de la revolución pendiente o de
pendiente…, todo eso a lo que sus opuestos naturales, los pseudofachas, llaman
rojerío, cuando no pasa de una alianza de las capitulaciones en manos de unas
clases emergentes con mono de chacha y marmota que no tuvieron (o sí) y
aspiración oculta a don Pantuflo (papá de Zipi y Zape), que quieren tocar pelo,
aunque sea sintético, y a la que pueden asaltan la despensa.
El resultado de matrimonio tan perfusivo y digestivo son los kilos
y el síndrome del caracol. Tantos años de espera para el postre han hecho
“atirarse” de tal manera a la alacena, que ahora toca descomerse, como los
caracoles, adelgazar y cuidarse, para tratar de durar y disfrutar el máximo
tiempo posible de la bonanza, ahora que ya están en posesión de la sillita de
la reina, pues básicamente un progre es alguien
que en vez de negro dice subsahariano con tal de estar más tiempo en el uso de
la palabra. Y de repente, los triperos corren, los
sebosos pringan, los coperos se encaman, los promiscuos portan lupa, los
trasegadores van de cero/cero, los trasnochadores ven Sexo en Nueva York, los romos
discursean, los cortos ocupan butaca de platea, y de humos, sólo los que da el
escalafón.
Es lo que se llama descomerse de la vida, tan propio del “ni
sirvas a quien sirvió, ni pidas a quien pidió” advenedizo, con el miedo
escénico en el cuerpo a un traje social grande, que hace preguntarse si habrá
vida más allá de esta progresía interclasista, que, una vez alcanzado el
penúltimo escalón histórico más alto previsible, pretende soltar lastre para
navegar, con gran dificultad tanto somática como mental.
Aunque la solución la
tienen cerca, pues podrían emular a Torra, paladín del síndrome del caracol que
aspira a ser el canon estético del conglomerado con esa dieta de quita y pon,
tan guadianesca, en apoyo a la pseudo huelga de hambre de los presos políticos
presos, con la que no perdió un solo kilo en dos semanas pero que le habrá
servido, supongo, para asistir a las ruedas de prensa en el extranjero y a los
cócteles, no solo Molotov de los comités de los CDR, incluidos los de
autodeterminación, y que lo mismo patenta para venderla, de momento sólo a
nacionalistas, espero, y luego se supone que a progres del conglomerado en
general, que, si la adoptan, yo creo que allá para mayo, si no el tanga, al
menos ya se podrían poner el braguero.
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