Si el hombre logra sobrevivirse, dentro de unos milenios se
recordará al de este siglo como el homo basura, igual que antaño fueron el de
las cavernas, el sapiens, el faber, etc. Hombre basura, incluyendo no sólo al
género masculino, que lo es desde siempre, sino también a las féminas, que por
fin han conseguido parecérsenos tras una centuria de copieteo que hay que
joderse.
Tendemos a la filfa porque en ella encontramos las máximas garantías de vida, y somos omnívoros gracias a la desidia para cebarnos en los destríos alimentarios, como las ratas, los cerdos y las cucarachas, nuestros coevolucionantes, también con un futuro luminoso, y es errónea esa visión que nos asimila a los buitres, que son limpiadores de carroña y no emporcadores natos, basureros profesionales majestuosos como un borbón de altura, de los que queda mucho que aprender además de su buceo aéreo y beneficio de capturas ajenas.
Una vida basurística tenía que desembocar en una cultura del mismo
tipo que, como toda cultura, justificase la inmundicia de sus orígenes que en
este caso es la inmundicia misma. Y no me estoy refiriendo al hecho de que el
barrendero del barrio llegue algún día a felicitar las navidades con un video
producido por Netflix, que sería lo suyo, sino al hecho de tender a pervertir
en purines toda manifestación existencial y fabricar heces con cada una de nuestras
actividades más sublimes.
Que es por lo que la escatología se refiere tanto a
la mierda como a lo excelso. Así, la tele es escatología pura, el aparato excretor
de las almas con alta definición, o aquel arpiduque que lanza mierdas con
ondas, que ha llegado a constituirse en el espíritu de la basura misma, como
más propio y más sublime por tanto, dando lugar entre otras contradicciones
aparentes como la comida basura, los bonos basura, la política basura, que nos
auspician un futuro señorial propio de escarabajos peloteros, la más execrable
del periodismo cual son los reporteros del chismorreo, que como era de esperar
se han convertido en su élite. La hez elevada al paraíso.
La génesis de este vertido de verdulería televisiva comienza con
los talk show gringos, donde
mayormente se habla con más o menos sentido; sigue con los chat shows, o casqueras
donde empiezan a echarse en falta las neuronas, y, con el interludio de los gossip show, o chismorreo propiamente,
termina en los trash show, un mix de basura total donde aflora la
impudicia ofensiva de trapos sucios, preferentemente de lencería, arrojados a
la cara de los interfectos y del televidente, aunque a éste sin el olor, si
bien algunas veces los televidentes adolescentes contaminados por las esencias
de este tipo de cultura, amenicen con el sensoround del cante de sus pies estas
tremebundas veladas que, por cierto no deberían ver.
No porque sus contenidos
de paños menores sean inaptos para ídem, sino para que no pasen a mayores y piensen
que una serie de ineptos, tanto entrevistados como entrevistadores, son de
verdad la aristocracia de la sociedad, ni siquiera de sus oficios, si es que
los tienen. Simplemente, son la aristocracia de la cultura hamburguesa, que
quita el hambre, pero de ningún modo las ganas de comer. Y si lo hace, malo,
pues como dicen, el hambre engorda sólo al que hambreó y lo que venga serán
generaciones de buitres alimentados de carroña: nosotros mismos.
Nota bene, o
no bene: otro día hablaremos de los perfumes, que eso si que…
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