Como buenos europeos que somos,
lo de Vox será también aquí otro ascenso imparable. Hacia qué, no se sabe; pero
fácil, seguro.
Es puro Principio de Arquímedes, aplicado a nuestro estercolero político; o sea, si colocas una ful en el centro de la porquería, y todas las fuerzas hacen presión, la ful se disparará hacia arriba tanto (al menos) como la mierda que evacúa (y mira que aquí hay para evacuar).
Es puro Principio de Arquímedes, aplicado a nuestro estercolero político; o sea, si colocas una ful en el centro de la porquería, y todas las fuerzas hacen presión, la ful se disparará hacia arriba tanto (al menos) como la mierda que evacúa (y mira que aquí hay para evacuar).
Y es que Vox tiene dos
cosas muy a su favor. Una, mística, resumida en lo de Victor Hugo, “no hay nada
más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”, que a base de ser
dudosa va ya para irrefutable e impepinable. Y la otra, pues los que coadyuvan
a ello –que hablen de ti, aunque sea bien, que dijo aquel–, que es prácticamente
todo el resto del espectro, político y de opinión, social en pleno, que
aprovecha la ocasión prestada por lo que consideran un intruso en el mundo
ideal fabricado exclusivamente por ellos y para ellos –aunque lo primero sea
mentira y lo segundo no sea de recibo–, para seguir flotando instalados en el
lado más guay y lucrativo de la ciénaga.
Todos se aplican ya para sacar réditos
del miedo neobarroco (o mejor, neogótico) al fascismo y luego al comunismo: a
los totalitarismos, como se dice, así, alegre y simplistamente, y hale, patada
a seguir; ese pánico prefabricado y postizo del que ha vivido el continente
socialdemócrata desde la guerra, aunque manteniendo un fascismo cotidiano en su
interior de lo más vital, como ahora (y antes, no nos engañemos) se demuestra.
Hasta
la izquierda de cartel más verosímil, pegatinera y escrachista duda, perdida en
el análisis concreto de la situación concreta, que ya no dominan desde que se
agotó la IV Internacional, entre hablar del innombrable (y hacerle así la cama)
o combatirlo sin mentarlo, dejando la cosa en el típico laissez faire del oportunismo
posibilista de medio pelo en que todos andan enfangados, preocupados, eso sí,
por si el innombrable les quita parte de su clientela, pues, si la revolución
llegó a triunfar con un 95% de analfabetos, porqué no podrían hacerlo estos en el
nuevo analfabetismo funcional y menos funcional (pero que funciona) hoy imperante.
Visión esta, la de considerar a sus propios caladeros como una masa voluble sin
principios, neciamente abyecta, pues si no por esos mismos principios, que ya
no se llevan o, como dijo el otro Marx, si no nos gustan nos dan otros, sí por la
aniaga para el condumio cotidiano deberían tratar de fidelizarlos desde la
verdad, que siempre es revolucionaria, o eso se decía antes –ahora, con tanto
feisbuk, la verdad será otro feik, mia tú–.
Dudosa y vieja receta para
problemas nuevos, que también son de su autoría, desde que adaptaron sus viejas
prácticas viciosas del reduccionismo maniqueo y la desactivación sectaria y
excluyente a la lumpencultura actual elevándola a viral, trending topic, o como
coño se diga, y se apuntaron el “me gusta” como práctica democrática suprema. Y
ahora, vienen las correprisas y la impostura. Que, por cierto, igual queda todo
en otra patética parodia de la historia, tal y como esta se manifiesta desde
hace mucho, pues lo mismo Vox nos sale también socialdemócrata y lo único es
que son más a repartir. Lo cual no deja de joder lo suyo, también.
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