Si la propaganda es
Dios, el Psoe es su profeta. Para eso cuentan con el grueso de la caterva
mediática. Expertos en dar carrete a asuntos con falso consenso social, como el
feminismo o la violencia de género, para subirse a la chepa y venderse como los
legítimos poseedores de la patente –los demás, o son fachas o no tienen
sensibilidad-, y arrearnos como a mulas sordas para aplaudir y seguirles la
corriente.
Este verano, a cada ola de calor, nos agobian sin piedad con el
cambio climático, eso tan misterioso y patente a la vez, tan esotérico como
empírico, y tan fácil de resolver como irresoluble. Saben lo inútil de una
acción que no sea global, y aun así van de curanderos universales, con la
demagogia del fraile barato que basa su sustento en la fe de una feligresía
impotente y perpleja ante la catástrofe siempre aplazada y remota, pero cada
vez más presente, y la esperanza puesta en el último vendedor de crecepelo
llegado al púlpito del poder desde el que nos conmina, “¡arrepentíos –y
votadnos-, que la fin del mundo está cerca!”.
Pues la culpa aquí es esencial,
para ayudar al rebaño a salvarse del holocausto climático, de la bendita mano
de estos predicadores de ocasión, que por cierto jamás han dicho cómo,
manteniendo oculto lo que debe de ser un arcano tan indesvelable que ni Harry
Potter. Pero funciona. Por doquier se oye, nos oímos, el lamento y reniego de
lo que nos merecemos, por malos.
Y ellos, tan contentos con la parroquia, pese
a que ese sea más bien un logro de la izquierda post 68, quizá la más dada,
después de la marxista pureta, a esta nueva religión profana. Pero ellos se
ponen la medalla y van levantando su Iglesia Triunfal de los Últimos Días, a lo
que no llegaremos si les tenemos fe y asumimos que nosotros solicos somos los
únicos culpables de todo, y por supuesto aguantemos sus homilías de terror,
como aquel cura del chascarrillo, que en misa no se hartaba de imprecar, “¡por vuestra culpa lo prendieron; por
vuestra culpa lo maltrataron; por vuestra culpa lo crucificaron…!”, sin que
proteste ni el borracho del final que le dijo: “¿Y por ti cacho cabrón, qué
l’hacieron?”.
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