Todos los días
alguien abandona el barco. Cautivos y desarmados, como si esto fuese otro
Titanic. Pérez Reverte ha sido el penúltimo, jurando no hablar más de política
ni sociedad en sus tuits. No es miedo, solo prevención. Pero el iceberg aprieta
de lo lindo.
Y es que ahora ya no estamos en plena guerra cultural –que
también–, sino que uno de los bandos ha llegado al poder, y al hacerlo de
manera precaria, al necesitar la fidelización de sus clientes, la expansión de
su producto y eliminar el de la competencia, en esta obligada huida hacia
delante, no tiene más remedio que materializar sus panfletos de consignas en
artillería de leyes y normas (de lo que sea) para refrendarse y legitimarse
como algo posible y real, en algo más que propaganda.
Como aquella de Carlos Saura, Deprisa, Deprisa –aunque la banda
sonora ya no sea de Los Chunguitos, sino algo new age, más propio del
pijiprogresismo de paripé de la nueva casta–. Acción, rapidez, osadía, ruptura.
Esa debe ser la percepción.
Y con la sobreactuación del cómico de la legua en
sesión continua, el ejecutivo del tiqui-taca, en una actuación donde lo
delirante es ley, emite decretos como si de una performance se tratase, y trata
al BOE como si fuese una instalación más del Matadero, dando a luz criaturas
sietemesinas, abortos, bichos raros, cuando no verdaderos engendros.
Sueños (o
delirios) de la razón que ya veremos si no producen monstruos, por forzados,
maniqueos, inmaduros, fútiles, demagógicos o simplemente innecesarios. Y si, en
medio de la discordia, la mala cocina y la peor cochura, no generan más
frustración y división en este antro invertebrado. No me extraña pues que cada
día se baje alguien del tren.
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