Aunque ya otro colega nos advirtiera que todo lo que nace merece perecer. Premio este que, como golpe que es, perdonaríamos por el coscorrón, si el tremolar hirsuto de los visillos ante el empuje de la amenaza nos dejase serenarnos en nuestro marceño apartheid (manu militari) doméstico, por no tener otro sitio mejor donde esconderse de los ejércitos del mal, como niños tapándonos la cara esperando que el enemigo no nos vea, en respuesta quizá desquiciada al terrible chinazo (y esto va con segundas, incluso aposta) de la peste de la era digital -¡prohibido tocar- de este marzo rebisiesto, redomado cabrón, mensajero coronario, marzo del coro al daño y del daño al coro(naleches).
Y así vamos, de marzada en marzada, como suele ser él, mes de trastadas, y de derrota en derrota -hasta la victoria final (y esperemos que no sea a la viceversa, por la cuenta que trae, tan impagable)-.

Está visto que a marzo siempre le sobra gente, siendo tan legendaria como macabra su hambre de abono primaveral. Y aquí estamos, negándole los huesos que reclama. Es demasiado pronto. Siempre lo es. De cualquier forma, ahora más que nunca puede decirse aquello de: “qué solos se quedan los muertos”. Y los vivos, también. O peor todavía: con la tele.
No hay comentarios:
Publicar un comentario