Cuando
las dictaduras comunistas europeas, autodenominadas ‘socialismo real’ para
distinguirse de las socialdemocracias de este lado, abrieron un poco la veda,
los productos estrella del consumo enseguida fueron la cocacola y la
hamburguesa.
En esos días, uno de los deportes más practicados por la población
era hacer cola en los colmados autorizados para al final no llevarse ni un
cuarto de la famosa salchicha de Stalin, tan aficionado él a dar morcón del
bueno, ya que el fin justifica los medios.
Pero de todas formas, no tenían nada
mejor que hacer, y se socializaban, de camino al paraíso. Al comunismo por el
consumo, o en su caso, por el no consumo. Pero la intención es lo que importa,
y entonces, como ahora, el objetivo era mantener viva la ilusión, que al final
no era otra, al igual que aquí, que la libertad.
Nos hemos visto tan perdidos
ante la reclusión menor (o mayor, ya veremos) impuesta por estos pavos, que la
única salida, digna y honrosa, de violar la condicional con una buena coartada
es ir a hacer cola durante horas para tomar el aire como un perro, cascar
entretelas de mascarilla y pasearse por las estanterías a modo de escaparate de
agencia de viajes, para comprar unos fideos.
Es la libertad. Vigilada. Ilusa y
pequeña. Pero libertad, que, como todo lo inmoral, ilegal o que engorda, si a
puñados es mortal, bien dosificada puede ser maravillosa.
Por eso yo esperaba
–que es un decir, pues de esta y otra gentualla no espero nada hace mucho- que
Garzoncito, el bienpagao por sus tragaderas con el ministerio cumbre de la
ilusión, la cartera comunista por excelencia (aunque solo sea por las colas),
tuviera algún detalle, aunque fuese retórico, ahora que el abuso y
empotramiento general al consumidor empieza a ser puro socioestraperlismo, y él
se ha empodemizado.
Y lo ha tenido, y como buen iluso incompetente, nos ha
deseado salud y república, para que vayamos haciendo boca, muy en línea con su
mentor Pablo VP2, al que no le gusta (¡qué ilusión!) que Don Felipe se disfrace
de militar.
Menos de lo que me temo que a muchos nos disgusta que él (y su
apadrinado) lo hagan de gobernantes.
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