Engels,
socio de Marx y mente preclara como pocas, dejó postulado que los tres pilares básicos
de la sociedad, que sigue siendo ésta (y que había que cambiar como paso previo a su desaparición), eran la
familia, la propiedad privada y el estado.
Bien, pues siglo y medio después, y
para asombro de fanáticos o de herejes, ahí siguen. Y demostrando además, como lo
están haciendo en esta gran crisis, que por cierto empalma con la anterior aún no acabada, que son
las instituciones im-pres-cin-di-bles en cualquier caso, y por una razón de Perogrullo: son las
únicas que, si no garantizan, aún son las más fiables para la supervivencia. Y
eso creo que es algo.
Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero cuando
la cosa se jode todo el vademécum para poder seguir dando cornadas en este
mundo se aloja en ese kit de supervivencia de tres maletines, tres, aborrecidos y
pateados hasta la extenuación, pero vitales. Y otrosí, a la vista del pampaneo, lo
tendrán que seguir siendo.
La pregunta del millón pues, ahora que nos cuestionamos
cómo y cuánto cambiará nuestra ¿vida? después de la vida, es si tales columnas
sobrevivirán o cómo, a las mutaciones sociopolíticas que ya están empezando a
tener lugar en las sociedades más alteradas por la crisis y más propensas a ello por
diversos motivos.
Holanda y Alemania no se han negado a ayudarnos a pajera abierta
y gratis por casualidad. Saben que es mucho arriesgar metiéndose en un sitio donde, si la familia
será más mohína (por falta de harina), deslavazada y frágil, pero será familia,
el estado irá a más, pero, y he aquí la cuestión, dudosamente lo hará a mejor, pues lo hará a expensas de la
propiedad, que ya empieza a ser castigada cuando no a desaparecer.
Autónomos, pequeña empresa y otros la abandonan en desbandada por gravosa o ruinosa, y a cambio de créditos, subsidios o pamemas para renteros, caseros y otras menudencias de medio pelo, se renuncia a parte de la propiedad o la hipotecan a futuro vía clásulas contractuales de toda laya.
Y eso que llaman el gran capital,
ligadas ya al estado desde siempre o por puertas giratorias u otras vías, han pasado a
una creciente simbiosis, aumentando su dependencia mediante su intervención declarada o encubierta, encontrándose a un paso de
ejercer de concesionarios suyos.
En cuanto al dinero, el de siempre, éste también se empieza a
sujetar con represión financiera de todo tipo -control de fondos de pensiones, imposiciones a la inversión-, y veremos cuando falte.
Un reajuste de la propiedad que la disminuirá dejando pronto cojo al sistema, hasta aquí trípode, y que hará depender, aún más, a la otra columna, la familia, de un estado cada vez más crecido y omnívoro, cuya omnipresencia no garantiza, paradógicamente, un mejor servicio a sus contribuyentes, como se está viendo, sino más bien lo contrario.
Un reajuste de la propiedad que la disminuirá dejando pronto cojo al sistema, hasta aquí trípode, y que hará depender, aún más, a la otra columna, la familia, de un estado cada vez más crecido y omnívoro, cuya omnipresencia no garantiza, paradógicamente, un mejor servicio a sus contribuyentes, como se está viendo, sino más bien lo contrario.
En otras palabras, que la ultimísima gestión del poder de esas tres columnas de nuestra sociedad, familia, propiedad privada y estado, de un vértigo tan incierto como inopinado, más que apuntalarlas como bases de futuro para la supervivencia, lo que las está poniendo es en quiebra. Salvo al estado, que engordará a su costa. La historia se repite, y para mal, como siempre. Y es que los
sueños de los grandes, realizados por mediocres, se vuelven pesadilla para
muchos.
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