Los procedentes
del espesor de los andurriales periféricos pasamos, por obra y gracia del vuelo
desde el campo a los servicios (incluyendo algunas letrinas), y sin apenas posarnos
en industria alguna, de una sociedad arcaica más comunal en la que ser un
treznal, o ente amontonado, basto y no muy diferenciado de los demás como
individuo, era más bien normal, a otra en que la distinción es lo que más se espera y exige
de cada uno para integrarse en la gran colmena.
Individualizados al máximo pero sociales. Es la sociedad atomizada: cada uno en su celdilla, interactuando en enjambre a intervalos, y con la entropía ordenando el caos. El sueño kantiano, tan optimista él (como lo es la razón) con la limitación humana: "La inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar". (Nosotros, pues, debemos serlo mucho).
Un mundo en el
que madrugar o trasnochar era regulado por cada uno, en función del estrés, que
era la emoción, muda (y a veces sorda) como lo es siempre todo déspota, que
gobernaba nuestro desvarío, como reacción
de la incapacidad del individuo frente a las demandas del ambiente.
Algo que ha cambiado con el confinavirus, siendo ahora la emoción prevalente la angustia, o amenaza de la existencia del sujeto mismo, de sus valores morales y de su integridad tanto física como psicológica, que tanto se manifiesta como ansiedad a nivel cognitivo, fisiológico, motor y emocional, y tan bien explotada por la versión granhermánica del virus, el telelevirus (no confundir con las tereluvirus, que son otra cepa), desde que se nos ha trastornado el sueño y trasnochamos por prescripción facultativa (no en vano P. Sánchez es doctor, ¿no?).
Algo que ha cambiado con el confinavirus, siendo ahora la emoción prevalente la angustia, o amenaza de la existencia del sujeto mismo, de sus valores morales y de su integridad tanto física como psicológica, que tanto se manifiesta como ansiedad a nivel cognitivo, fisiológico, motor y emocional, y tan bien explotada por la versión granhermánica del virus, el telelevirus (no confundir con las tereluvirus, que son otra cepa), desde que se nos ha trastornado el sueño y trasnochamos por prescripción facultativa (no en vano P. Sánchez es doctor, ¿no?).
Y todo parece reordenado, con la sociedad atomizada funcionando, aunque
sea al mínimo. Pero no. Hay una anomalía. Los átomos, cuando salen, a horario,
van ordenados pero sueltos, sin articular. Sin la capacidad de reacción en
cadena, fusión o fisión, que es lo que genera lo social.
Y es que ser solo
átomos, sin un núcleo, no es nada. Solo personas, pero poco. Algo en lo que no
cayó Kant. Aunque creo que Sánchez sí. Maldición.
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