Una
de las cosas más inexplicables de esta peste es que no se hayan puesto en
marcha los llamados rastreadores del virus, los rastreator, siendo como somos y
así se demuestra en cuanto la gente se ha echado a la calle (y terrazas), una
gran potencia de soplones, cantuesos, viejas del visillo, chivatos, confidentes
y demás indignos anónimos que hacen bueno el viejo dicho de que el miedo guarda
la viña, valido principal y bien cebado del gobierno, a falta de más ideas que
ver a la población más como chusma que como ciudadanía, que en buena medida le
ha dado la razón al asumir su papel de cornudos, consentidores y apaleados (y
luego a luego inhabilitados por chocheantes) no sin gallardía y cierto aplauso.
¡Ele!
Pues si ha habido algo en lo que el ejecutivo (que tan bien está haciendo
honor a su nombre) no ha andado errático ha sido en la intimidación como norma.
El amedranto, que es un viejo vicio de todo gobernante, y que bebe de la gran
tradición pestífera europea desde la baja edad media, cuando el poder aprovecha
la muerte y la desgracia desatadas para apuntalarse de forma absoluta sin
competencia, marcando como hereje y sacrificable todo lo que se le opone, aquí,
con el antecedente de lo inquisitorial, tan arraigado como práctica entre
galgos y podencos, el cainismo como impronta nacional y el frentismo como
recurrente táctica de unos y otros para mantenerse en el machito, y que
necesita del constante azuce y la cizaña (aunque lo hacen muy a gusto) para que
el sagato que les es tan rentable y en el que nos asan como boniatos, no se
apague nunca, era pues, casi de obligado cumplimiento, al ser todo eso prácticamente
un deporte nacional de los políticos, tan triunfalistas y patriarcales cuando
la cosa chuta, y tan criminalizadores del gobernado cuando vienen mal dadas.
Es
el efecto boomerang de la culpa, que se nos devuelve entera, aunque en realidad
funcione en nosotros como la renta, cuya devolución de la pequeña parte de lo
que previamente se nos ha quitado, en medio del miedo, tan bien sembrado y
mantenido, parece ser un regalo que no nos merecemos. Aunque sí los políticos.
Definitivamente.
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