El gran público
está cada día más de acuerdo con Benjamin, sin haber oído hablar siquiera de él
(de ahí su importancia), en que el arte hace tiempo que se extinguió. Se asiste
a él pero no existe. Así, nadie se atreve a dictaminar si el cine es un arte,
una industria, un cachondeo, un putiferio u otra magia. Ni siquiera el autor,
que tan atrevido escupió su teoría en plena edad de oro del así llamado séptimo
arte, por ser precisamente éste el paradigma de su negación, al basarse en la
copia. Lo que en dialéctica es la negación de la negación, o sea su afirmación.
Y con lo cual se armaría tal taco (como nosotros), que más bien lo dejó, antes
de que le diera un yuyu.
Pero el caso es
que desde entonces existe la sensación de que es algo extinto, como el flamenco
o los toros, otros grandes artes como la vida misma, convertidos ya en realidad
en parodias de sí mismos, como la vida misma, que no cuadran.
A falta de otra
cosa y en vista de su frágil perdurabilidad, se ha ido imponiendo lo efímero
como su medida y máxima manifestación del arte, sobre todo si lo que expones es
la vida misma. José Tomás lo ha expresado muy bien: el triunfo sin riesgo no es
triunfo. ¿Qué arte es aquel en que no te juegas la vida aunque sea por un
instante?
Es dudoso, por
tanto, considerar arte una performance callejera (aunque te pueda atropellar un
camión o los antidisturbios) o un montaje al uso, por heroico que sea meterse
bajo estructuras y tinglados capaces de aplastar a un mamut. Si bien la cocina,
ese otro arte moderno, el más efímero y que más llena, mira por donde, pueda
valer, por lo arriesgado, y ser el único por el que morir antes de tiempo.
Aunque no dejan de ser dudosas muestras del arte cometa, cuyo ser es la palidez
de su reflejo, como esos asteroides sucedidos en el pasado cuya imagen fugaz
vemos ahora.
El problema quizás
esté pues, en la vida, donde ya no hay arte. Quizá por no haber ya guiones.
Andamos por ella sin ellos, dando vueltas siempre al mismo argumento. De ahí el
eclipse del cine, o del flamenco. Azcona, aquel soñador diurno y hombre
peligroso por actuar sobre sus sueños con los ojos abiertos para hacerlos
realidad, lo decía muy claro: él cogía de la vida sus historias. La vida era el
negro, no él, que en todo caso era un negro de la vida. A la cual dejó huérfana
de guionista, para sumarse a la huelga salvaje de guiones que, no ahora sino
desde hace lustros, ilustra la vaciedad del cine, muerto, como él mismo o como
el arte, antes, y cada vez más como la vida misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario