sábado, 9 de septiembre de 2017

Silenci


Hace cuarenta años Raimon cantaba aquello de: Jo vinc d’un silenci antic i molt llarg (yo vengo de un silencio antiguo y muy largo) en el que desgranaba la vida de las gentes cuya lucha por la existencia, sin más alardes, resulta lo más trascendente, por ser al ritmo de esa pelea diaria como, sin querer, se mueve el mundo. La vida como única bandera, ejecutada por ese sujeto impersonal cual era la mayoría silenciosa, que entonces se llamaba, en medio del silencio, producto de la discreción cotidiana, pero también impuesto –¿desde siempre?– por los dueños, también, del mismo. 
Los dueños, ya se sabe, tienden a serlo de todo, incluido el ruido, la algarabía, eso tan popular que si no es en su honor siempre quieren borrar de su presencia, ya que la única voz altisonante debe ser la suya. Porque, dicen, hay un tiempo de jolgorio y bullicio y otro de quietud. Lo que significa que en un mismo tiempo, unos deben vociferar y otros callar. 
Es lo primero que cualquier aspirante a súbdito debe aprender. A identificar la voz de su amo y saber permanecer callados. Y para eso hace falta educar en el silencio, crear un tempo y un tiempo de silencio, como aquella novela, también de época. Un tiempo, un cuadro, del que salimos con el grito, que en Cataluña fue siempre un inmenso Munch, y ahora ya es otro cuadro donde unos tienen voz y muchos callan. 
"En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira..."
Un cuadro pintado con el griterío de unos y la prudencia y nuevamente el silencio (y miedo, vamos a decirlo) de otros, y no solo millenials sordos, sino nuevos y viejos progres sacatajadas tan equidistantes –eufemismo acusatorio del quien no está conmigo está contra mí– como para armar silenciadores con tal de condenar al enemigo preferido. Alzar la voz de jóvenes para acabar callando de viejos. Para eso tanto. 
Para llegar a la puigdemocracia y el autogolpe; para polarizar entre escandalosos y escondidos en el nuevo viejo silencio. Para acabar acatando el derecho de admisión por decreto en la cuna del ruido. Menudo panorama cuando la voz de la experiencia ya no sirve y las voces nuevas se equivocan –dreamers, o jóvenes indocumentados (de cualquier bando) les llaman estos días en USA–. 
El choque de trenes se ha producido y sí, resulta que era un scalextric. Pero ese silencio en aumento es lo peor. La tremenda quietud. Esa calma televisada. Y esos espectadores, mudos ante la tele, mientras los “legitimados” para ello ladran.

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