Claudette Colbert siempre dio un perfil de
izquierdas. Quiero decir que exigía ser fotografiada de ese lado, llegándose a
decir que su lado derecho era el lado oscuro de la luna. Y aún así acabó
triunfando. Bueno, así y por ser quien era, la hija de un banquero francés
asentado en New York, y una gran actriz de teatro que acabó en el cine al
quebrar las salas con el crack del 29.
Aunque lo de su lado derecho no fue
nunca su única sombra, rondándola siempre el entredicho y no solo profesional.
Así, se dice que el Oscar de 1935 por Sucedió una noche, lo ganó por no
personarse Bette Davis, que lo tenía chupado con otra película.
Pero su lado
más sonado, aunque también el más acallado, fue su pertenencia al Club de la Costura,
que empezó en broma, promovido entre otras por Joan Crawford o Marlene
Dietrich, ésta de anfitriona, en reuniones en privado o en lugares públicos de
moral libre, y acabó como verdadera red semiclandestina de lesbianismo para
defender intereses culturales, de género o sexuales de un amplio grupo de
mujeres del cine y otras actividades, y huir de la censura social cuando no de
la persecución.
El club estuvo en vigor de los años 20 a los 50 del pasado
siglo, y junto a ‘costureras ejemplares’, como Barbara Stanwick, Greta Garbo, Lily
Damita, Dolores del Río o Tallulah Bankhead, y alguna que otra depredadora
sexual, de cualquier género, como Mae West (“Las chicas buenas van al cielo;
las malas, donde quieran”), la excelsa Claudette estuvo siempre señalada como
más o menos asidua.
Por supuesto, todas fingían –y por eso huían en público de
la gran Mercedes de Acosta, que no disimulaba lo suyo, y las vapuleaba por
ello– y estaban felizmente casadas, algunas en matrimonios lilas, o sea con
gais. Así, las Mujeres de la Costura, como se las denominaba en petit comité,
dejaban a sus maridos en casa y se iban a coser a casa de una amiga o al Big
House de Hollywood Boulevard.
Claudette, que nunca fue miembro de número
reconocida, dando siempre esa impresión de ser la típica estrecha de buena
familia cuya vida transcurrió toda en el armario, salvo discretas
transgresiones del contrato con graves penalizaciones contractuales contra las
malas costumbres, se casó de hecho dos veces, una con el director Norman
Foster, un gay casi oficial con el que apenas convivió, y luego con un
médico para que la tratase su dolor de ¡tetas! Cosas del coser. Ah, como buena revientatópicos, también dijo una cosa harto evidente: "Los hombres no se hacen más listos a medida que son mayores. Sólo pierden pelo".
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