El asunto catalán, dicho en plan serie negra,
lejos de reforzar nuestras defensas con anticuerpos contra el gripazo
recurrente del rollo ese de la patria, moviliza lo espurio de cada uno para
alterar neuronas, remover viejas bascas, o rascarse el bolsillo, que es la
prueba final de que algo falla, para comprar una bandera (todas las cuales, por
cierto, se hacen en Cataluña, grandes negociantes, ya se sabe, de lo nacional).
Y ya para colmo, hay hasta quien se atreve con los himnos, a sabiendas o no de
que la mitad del vecindario arrastra como gran frustración, achaque de desorden
vital y sinvivir insoportable no tener una letra con que cantar a la gran
tribu, ese oficio de poetas muertos. Ya se sabe: hay cosas que si no las
cantas, no es que no existan; es que no existes tú.
Patriota del pinta y colorea. |
Lo cual, digámoslo también,
es aceptar que el discurso político pasa hoy por el popurrí de la peor estofa,
y apuntarse a él ya no es ir de víctimas de una tentación urdida por otros,
sino de victimistas por hacerlo propio y aceptar oportunistamente, al albur de
los fracasos, el envite de la política del momento, y de siempre, demiúrgica, semiderruida
pero hegemónica. Para eso tanto 15-M, novedad y cambio de tercio.
Luego lo
malniegan, corrigiendo que la patria es el empleo y los servicios públicos, en
lo cual ya puedo estar más de acuerdo, pues un buen maestro o una buena
limpiadora de hospital pueden ser una magnífica patria, y no digamos la cena de
un albergue. En fin, todo aquello que a uno le dé la gana, desde un pájaro a un
potaje de acelgas, todo lo que se pueda compartir a partir de uno mismo. Ya sé
que es muy platónico, pero, las masas, para las fritillas.
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