Al día siguiente del 8-M Vargas Llosa dijo que demostraba
que ya no es este un país subdesarrollado. Un tanto prematuro tal vez.
Pero dos días después, el caso Gabriel llegaba casi al sumum (pues aún faltaba la traca final), y el país, según se juró y perjuró, volvía a alcanzar cotas de empatía y solidaridad dignas de otro 11-M –y eso, sin hablar de los más de 700 menores en paradero desconocido actuales–. Y las dudas sobre nuestro leyendanegrismo redivivo se apaciguaban.
Pero dos días después, el caso Gabriel llegaba casi al sumum (pues aún faltaba la traca final), y el país, según se juró y perjuró, volvía a alcanzar cotas de empatía y solidaridad dignas de otro 11-M –y eso, sin hablar de los más de 700 menores en paradero desconocido actuales–. Y las dudas sobre nuestro leyendanegrismo redivivo se apaciguaban.
Y más cuando dos días más tarde, en plena digestión de
tal atracón de buen rollo, de postre, Europa sentenciaba que la quema de fotos
del jefe de estado es un acto de libertad de expresión, condenando a quien
condenó a pagar por ello. Lo cual era celebrado por los agraviados quemando más
imágenes, en una expresión de desarrollo, empatía y solidaridad solo dignas de
un país tan avanzado como este, tan dispar de ese eterno Puerto Urraco pero con
móvil e internet al que hay que civilizar de una vez, tal como lo ven o creemos
que nos ven (que es peor) en la lejanía unos jueces inflados de col y longaniza
cocidas.
Las prisas en que seamos otra cosa siempre han excitado, dentro y
fuera, los tópicos, estereotipos, prejuicios y juicios interesados para ser lo
que toque. Y que merezca el sello de Europa, que huele a azucenas podridas,
como España huele a perro, y no a pueblo, como decía aquella canción y se
empeñan en prometerle a los turistas. Y esos jueces lo son.
Su sentencia debe
tomarse pues como una aportación de turistas frustrados que, en plenas fallas y
sabiendo que los Borbones han sido siempre la falla preferida de los catalanes,
añaden su poquito de pólvora a la gran mascletá hispana que estos días cobra cuerpo, y en la cual, todo el exhibicionismo
del caso Gabriel, con esa dolorosa madre traspasada de puñales llamando al amor
bajo un síndrome pre semanasanteño, de maría magdalena crucificada en el altar de las pantallas –que no superan
ni Ocaña, Buñuel, Dalí y Almodovar juntos–, no es sino la nueva España en
marcha de vanguardia, espontánea, popular, nada impostada ni neo barroca y románticona, ni
mediatizada por el vivo y el directo, desarrollada y solidaria. Europea al fin. Pero con fallas, muchas fallas.
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