Fenomenología animal,
entrada 15
Natanueces era una holstein
impura de una línea que había resultado ineficaz en la producción de antígenos
inhibidores de las células tumorales linfáticas, un viejo proyecto contra el
cáncer de mama desechado por sus efectos secundarios de alteración instrumental
de los pechos huéspedes, como aquella mona con una ubre de dos pezones.
Hay que decir que esta
cualidad había despertado grandísima expectativa en la erradicación del
enanismo, pero decreció como nata en cueceleches al darse sólo por excitación
en el amamanto, y ser digerida directamente por los engendros, pasando de un
cuerpo a otro sin más logro.
Para paliar este imprevisto se prepararon
lactantes gastrotomizados para que la somatotropina, antes de ser asimilada,
fuera decantada por serpentines mediante un pasteurizador enterológico. Pero,
además de despachurrante, su perversión hizo que se buscasen las vueltas al
asunto, optando por SPW, una Vía Científico-Paródica, o sea mediante un
simulacro de mamada mecánica. Y ni por esas, pues la estimulación lingual
resultó ser esencial, llegándose, por puro paroxismo pragmático, a conectar
directamente a los afectados, generalmente niños, a las tetas de las vacas, lo
cual fue un escándalo, y los efectos, precipitados e indigestos: acidez
crónica, alergias y crisis de obesidad en los mejor adaptados al mamoneo. Lo
cual llevó a abandonar temporalmente el proyecto, hasta la interpretación del
cromosoma del enanismo, que en honor a aquel hito de la ciencia, o en venganza,
según, se propuso denominarse cromosoma Mamoon.
De manera que, para bien o
para mal, Natanueces había sido dedicada a procrear y lactar, con la ayuda de
un incremento de somatotropina, que hacía crecer como cohetes a desaliñados
terneros, y era lo que en las granjas se denomina una madre secreta: una
creación blastular de un trasplante embrionario de multipartición por división
al escalpelo del laboratorio de campaña, que gracias a una madre adoptiva, una
retinta ibérica tan elemental como bruta, cobraba una hermosa estampa final de
mariposa láctica descomunal, aunque su carta genealógica dejase que desear.
Pero ella eso no lo sabía. Sólo que su madre no había sido ninguna de aquellas
señoronas frondosas de lomo recto que licuaban la yerba en borbotones blancos,
demasiado bellas para parir. Era la razón de que esta reina de los mentideros
siempre anduviese haciéndose una autocartera de mentiras.
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