Dicen que cada día nacen menos niños. Pero
también que la población de orangutanes disminuye, y mira; pues para suplentes
ideales suyos ya estamos los humanos vetustos, y en aumento.
Lo cual no anula al niño como necesidad, biológica en la juventud, y psicológica de mayores, pues a esa edad en que ya se ha vivido lo bastante como para recordar cuando aún había políticos de fiar, antes que valorarlos (a los niños) como fuerza de trabajo futura –esa antítetis–, se les aprecia como luz para un presente y largo que puede ser camino hacia la nada, por ser los únicos que se alegran solo con verte, sin ser tu tendero o tu dentista.
No es el
primer intento de vuelta a las raíces y olvidar una historia difícil de bregar,
por terca, que es lo más cómodo y fácil: así la revolución francesa, o los
nazis en busca de la cosmogonía de lo ario como nueva religión tribal.
Y ahora
estos del puestos a ser paganos, seámoslo para todo, pero a riñón cubierto, eh,
y con carabineros, que las fiestas no nos las regalan, que las hemos
conquistado –ellos, ellos–. Y hasta se pronuncian por una navidad republicana.
Eso,
para la gran metáfora cual es la de la derrota de lo viejo por lo nuevo, y el
vínculo inmaterial que genera que todo lo anuda y zanja a la vez. Para lo cual
sobran banderas. Basta con una sonrisa inocente como arma.
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