Ficciones y contradicciones. Contribución a la crítica de la ecología política (para un planeta más justo, naturalmente). Post-it 3.

Del Diccionario de Autoridades (Postmodernas)

   Loro de chip

Básicamente se trataría de loros, cacatúas o guacamayos con uno o varios chips  incorporados de modulación de voz, timbre y recursos estilísticos regulables por mando a distancia doméstico para oír en sonido ‘rasp’, en boga entonces, las listas de éxitos de la juventud de lo/as amo/as de caso/a en orden a alegrar su labor.

Algunos incluían un dispositivo por el cual la música desgraznada saltaría a intervalos para reproducir los típicos sonidos evocadores de la suegra o madre al llegar a las casas, ya que por entonces, y tras un largo período de bienestar que las había emancipado, no aportaban por ellas, con frases típicas según la disposición de ánimo o situacional de la mujer, como “todavía estás así”, “ten cuidado, que te vas a caer por la ventana”, “te echaría una mano, pero es que tengo peluquería” o “como los rollos se los he llevado a tu hermana, a ti te traigo unos bocadillos de Pascua”. Si bien el dispositivo era bastante imperfecto y solía atrancarse o producir situaciones embarazosas, no para ella sino para quien estuviera en la casa, repitiendo frases como “ay, mi pobre hijo, para eso te dimos una carrera, para que fregaras las ventanas, y tu mujer, claro, trabajando..., ay”. 
Aunque lo peor, aparte de las cagadas de los pájaros, prácticamente naturales, era que uno podía equivocarse con el mando a distancia y darle a la alarma, lo que cortocircuitaba la placa impresa del animal y éste la emprendía a sirenazos de una escandalera tal que los vecinos llamaban a la Brigada Anticontaminante y te revisaban todo precintándote, si hacía falta, los decibelios caseros bajo amenaza de multa ruinosa, con lo cual ni se podía escuchar los programas de madrugada en el loro de oreja, porque de noche se oye todo, ni discutir con el/la cónyuge ni haciendo separación de bienes.

Giga

Cuando fueron dadas de alta socialmente y en los países de habla hispana o spanglish su pronunciación medio aspirada por lo cansina y apática que se volvió la fonética, dio lugar a su escritura final como higa, produciéndose la subsiguiente parafernalia escaparatista de ‘Peces de a 499 higas’, o los mensajes radiofónicos aquellos de ‘No sea breve: mejor que una mega, ponga una higa en su ordenador’, que en verano, en los mercadillos ambulantes se incluían en la oferta dos ks. de higos, que no eran dos kas sino dos kilos, que lo eran chumbos si el terreno era pródigo, y los vendedores más finos acompañaban entonces como regalo un paquetito de servilletas para no encenagar los mandos del aparato, porque la gente solía darles fin mientras lo instalaban, pringándolo sin remedio.

Vespasiano

Vespasiano..., y señora.

Patronímico el de vespasiano que nos lleva a revisitar la época de máximo apogeo a mediados de la veinteava centuria de nuestra era cuando a uno de los dos emperadores, no se sabe a ciencia cierta si de Oriente u Occidente, constreñidos por los primeros indicios de polución y masificación ciudadanas, impelen a los técnicos a la gestación de una especie de mecano culipávico autopropulsado, cuya más visible característica era la de llevar siempre de paquete una señorita con pañuelo en vez de casco, suéter de pico, pantalón de torero, sólo que sin machos, y zapato sin tacón. Todo, haciendo juego con la rueda de repuesto.