Memorias de una cobaya. Apunte 315; ïndice 3
Al parecer, vendieron su
enfermedad a una planta de primicias de guerra. Ya saben, se cogen fragmentos
de ADN viral estable –y qué mayor estabilidad que la de Esmeraldina, que nunca
dejó de sonreír–, mejor aún si contienen órdenes de control de la división celular;
se añaden unos cuantos telómeros, unas secuencias del ácido para protegerla de
la corrosión de las nucleasas donde se injerten, se liga todo con enzimas, se
echa un chorrito de ligasas, y ya tenemos un cromosoma artificial invasivo. Es
una técnica un tanto vencida –si lo sabremos los enfermos profesionales–,
perfeccionada en ratones transgénicos diseñados al efecto –¿saben el nuevo
chiste?: ¿qué se aprovecha mejor que el cerdo? Pues el cerdo transgénico–. Pero
las células humanas están mucho mejor informadas, y no reconocieron a esos
genes transfigurados. Normal. Como me pasa a mí con Nazarino, el verraco. Dos
problemas. Uno, que por entonces estaba prohibido experimentar la construcción
de humanos transgénicos. Cosa solventada derribando las murallas de la ética,
esa especie de cienciología por la que tantos van al cadalso. Y cuando al fin
se optimizaron los virus antiautoinmunización, se supo que ese adelanto había
sido posible con humanos transgénicos clandestinos de muy alta calidad genésica
que jamás se encontraron. He aquí que los verdaderos padres del programa de
reparación de esa especie, que tan cara resulta, son una incógnita. La segunda
cuestión, la del misterio del comportamiento de los centromeros humanos como
catapultas de la multiplicación de los genes alienígenas positivos en los
tejidos equivocados, se dilucidó quizás en el mismo proyecto, el Transgenhuma,
en lo que las vacas no han dejado de tener protagonismo, cómo no. No en vano
los bovinos son especialmente aptos para la inoculación y desarrollo de
plásmidos antibióticos, llegando a subsistir a las manipulaciones más
excéntricas, cosa que es patente sólo con verlas. Y se acabó.
Nota bene:
Según Herodoto, con toda verosimilitud la fuente de las
enfermedades no debe residir en otro lugar que en los vientos o los pedos, en
exceso o en defecto, bien sea por entrar en el cuerpo en demasía o por
contaminados de miasmas morbíficas. (El
subrayado es mío.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario