Al llegar los primeros ayuntamientos democráticos me busqué la
vida en la propaganda institucional como creativo cutre todo terreno, y excuso
decir que cuan do acabó mi labor, ésta no se había notado para nada en la
imagen de aquellos para quien trabajé (gracias a Dios);
a pesar de lo cual, cuando veo ese tipo de publicidad no puedo por menos que interesar al gusanillo interno de la cosa, sin cesar de preguntarme a qué responden esos anuncios que reverberan en las pantallas, y al ver que en su mayor parte se dirigen a reforzar tópicos, identidad o mensajes manidos y archisabidos, vender cosas donde y a quien no toca, o simplemente para cubrir el expediente o cuota de pantalla, acabo concluyendo que la función de esa publicidad es hacer un gasto y dar de comer, que no está mal, salvo que se indigesten, a algunos de los que siguen en el gremio.
a pesar de lo cual, cuando veo ese tipo de publicidad no puedo por menos que interesar al gusanillo interno de la cosa, sin cesar de preguntarme a qué responden esos anuncios que reverberan en las pantallas, y al ver que en su mayor parte se dirigen a reforzar tópicos, identidad o mensajes manidos y archisabidos, vender cosas donde y a quien no toca, o simplemente para cubrir el expediente o cuota de pantalla, acabo concluyendo que la función de esa publicidad es hacer un gasto y dar de comer, que no está mal, salvo que se indigesten, a algunos de los que siguen en el gremio.
Siento decir que un ejemplo palmario de lo anterior es la Junta
Regional. Tampoco descubro nada si digo que sus anuncios televisivos de
promoción siguen a pies juntillas la línea general de apadrinar productos que
en su inmensa mayoría convergen en lo que es la promoción turística de cada
región, como si eso fuera lo único que puede hacerse con los espacios
publicitarios, o lo único que puede hacerse con cualquier región –aunque
posteriormente se haya pasado también a los logros triunfalistas de la política
de quien manda, centrando cada vez más el mensaje en la personalización de la
Presidencia como autor máximo de las realizaciones, confirmándose así aquel
temor de Bertolt Brecht al preguntarse si es que César no llevaba cocineros en
sus campañas, para echarle una mano en sus conquistas–.
Pero para responder a lo primero basta ver el muestrario general y
observar que es posible anunciar algo más que queso, vino y quijotes, incluso
marcas, si se quiere. En cuanto a lo segundo, ya resulta más peliagudo, pues
por mucho que escarbes en lo que se trasluce por la mucha propaganda
institucional sobre qué tipo de región queremos vender, dentro y fuera, al
final acabas como estabas. Es decir, que si seguimos dicha publicidad, entiendes
que, aparte del hecho de la presencia y el refuerzo de ciertos tics culturales
y burocráticos, sobre qué vendemos, de qué vamos y qué nos proponemos, ni se
sabe.
De ningún modo quiere esto decir que por carecer de una publicidad
inexpresiva de un proyecto identificable como región, éste no exista. Además,
si eso fuera así, no habría región que escapase a ese desierto. El problema
surge más bien cuando, yendo más allá de las típicas soflamas:”defendemos
nuestra tierra”, “hacemos región”, “vamos hacia el futuro”, en las que,
francamente, incurre todo el mundo, no vislumbras algo que, superando las
campañas puntuales, se asemeje a un diseño particular y propio de construcción
de la región, algo que suscite la idea de una línea concreta, pensada y viable
para el futuro hacia lo que dirigirnos metódicamente.
Sinceramente, si eso existiera aquí, la publicidad de ello sería
tan machacona que terminaría aburriéndonos. Como aburren ya allí donde ya han
diseñado el producto (la regióno incluso la nación) que quieren vender. Porque
Europa funciona así; tienes que presentar un diseño, algo que levante
ilusiones, movilice capital, ciencia, tecnología, y con la expectativa de hacer
sonar las cajas registradoras, lo apoyen. En pocas palabras: tienen que ver
color. Algo que aquí no se ve, más enfrascados como parecemos estar en la
construcción de una región a la contra de los vecinos o del enemigo (a las
puertas) de dentro. Que siempre parecen tener otros planes.
Desde hace años llevamos oyendo, por ejemplo, y por reiterativo, como
algo negativo que los vecinos tienen un modelo de desarrollo basado en el agua
precaria. Un aventurerismo (el ajeno) que no nos deja despegar, y que, además
de no ser totalmente cierto, suena a maniobra victimista del competidor que
juega a lo mismo (turismo y agricultura, o sea agua), sólo que menos en firme,
más a toro pasado y con menos posibilidades.
Y es que, no nos engañemos, las balsas llenas, lejos de concitar el repudio por el acaparamiento, rellenan la confianza de quienes esperan que ese tipo de actuaciones produzcan algo más que titulares de prensa. Y si no, ahí está el gobierno central, siempre a favor de ellos, que, dicho sea de paso, vienen apostando todo desde hace mucho a un plan de desarrollo diseñado claramente, con una perspectivas de futuro que, seamos realistas, están sustentadas por intereses que han ido allí (y no aquí) a apoyarlo y que no creo estén por dejarlo a medio, antes de sacar beneficios, porque el agua tenga que llegar de algo más al norte.
Y es que, no nos engañemos, las balsas llenas, lejos de concitar el repudio por el acaparamiento, rellenan la confianza de quienes esperan que ese tipo de actuaciones produzcan algo más que titulares de prensa. Y si no, ahí está el gobierno central, siempre a favor de ellos, que, dicho sea de paso, vienen apostando todo desde hace mucho a un plan de desarrollo diseñado claramente, con una perspectivas de futuro que, seamos realistas, están sustentadas por intereses que han ido allí (y no aquí) a apoyarlo y que no creo estén por dejarlo a medio, antes de sacar beneficios, porque el agua tenga que llegar de algo más al norte.
Lo anterior es solo otra muestra
de que un buen diseño de lo que se quiere hacer con una región, olvidándose de
ésta como finca y asumiéndola como una empresa, es fundamental, y a la vista de
la imprecisión, inconcreción y vías seguidas durante más de treinta años en el
asunto, dudo que alguien tenga un plan, un proyecto concretable, creíble y
materializable, y a lo que se aspire sea más bien a una subsistencia
multidireccional –lo que suele decirse a salto de mata– que, como las feas con
lo puesto, no despierte la codicia de los demás –y por tanto no se coma un
rosco–, o es que de verdad aspiramos, tarde, mal y nunca y como otras muchas
regiones mal diseñadas, al agua para riego y campos de golf, sólo que sin
turistas y nueve meses de invierno.
Para eso, de verdad, para seguir en el campo, aunque ahora sea de
golf, no hacían falta las autonomías, como no hacen falta esos anuncios
castristas de que nuestro queso es el mejor o que el quijote era uno de los
nuestros. Eso ya lo sabemos. Y no hay peor publicidad que lo que ya sabemos. Ni
mejor que la que nos alumbre un modo de vida para el futuro. Aunque sea
discutible o dudoso. Pero eso es lo bueno de la publicidad. Que te permite
soñar… sin dormirte de aburrimiento. Y esa es la que al menos yo echo de menos:
la que te aburre a base de propuestas, proyectos, planes, historias, movidas,
encaminadas a que puedas formar un todo con ello y hacerlo tuyo. Aunque sean
mentiras o, simplemente, una utopía. Y eso es, por desgracia, lo que no veo.
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