El cambio de siglo ha sido
testigo de la nascencia de un género literario moral tan lastimero como
lastimable cual es el que se ocupa del tema del Otro,
así, con mayúsculas, magnificado en su majestad, la Otredad, como epítome absoluto de todo en la persona, de su ente más característico que es el prójimo, que ahora ya no es tal sino el otro u otre, como antes decían los viejos, y del que todo el mundo se preocupa ahora más que nunca y hay verdadera fiebre de escribir sobre ello, de indagar en la coyuntura de esa patata que son los demás, viniendo perfilada su nueva visión, como era esperable, por un punto de vista de una moral difusa, una ideología laxa secularizante de aquí me las den todas y tiznada de mucho mensaje de solidaridad e identificación con eso que son otras gentes, otras realidades, otros prójimos. Cojonudo.
así, con mayúsculas, magnificado en su majestad, la Otredad, como epítome absoluto de todo en la persona, de su ente más característico que es el prójimo, que ahora ya no es tal sino el otro u otre, como antes decían los viejos, y del que todo el mundo se preocupa ahora más que nunca y hay verdadera fiebre de escribir sobre ello, de indagar en la coyuntura de esa patata que son los demás, viniendo perfilada su nueva visión, como era esperable, por un punto de vista de una moral difusa, una ideología laxa secularizante de aquí me las den todas y tiznada de mucho mensaje de solidaridad e identificación con eso que son otras gentes, otras realidades, otros prójimos. Cojonudo.
Acortar distancias está
bien. En ese sentido, las multinacionales del consumo como las aéreas, han
hecho más que cien santones, aunque haya algunas, tal que las telecos, que aún
andan confusas y penalizan las relaciones de cercanía a favor de los más
alejados en un contacto sin tacto porque todo lo que necesitan es... dinero.
Aún así resulta de mucho
agrado ver cómo estas transnacionales se desvisten de su pelo de dehesa para
pasar a ser las principales abanderadas del abandono del etnocentrismo y las
pioneras de la preocupación por el otro, al haber sido las primeras en
comprender que el hombre nuevo, y no digamos la mujer, agradecen ser tenidos en
cuenta aunque sólo sea para comprar.
Ahora no. Ahora, con la
familia numerosa de uno y cuarto y mitad de hermano, se utiliza lo demás para
completar el kilo de otredad como se puede, a pellizcos de vida, mitad real y
mitad ficción y es por lo que hay gente que en su búsqueda, alquila como un
otro a un saharaui, un ucranio o un ruandés y hasta quien paga cuotas de mantenimiento
de un alguien en otro lado del mundo, que si es evidentemente más noble que
tener derecho a la porción de un caballo en un picadero de las afueras, la
diferencia es que el equino no llega a Otro, tal vez porque los nuevos
apóstoles de la Otredad se les ha olvidado incluirlo, no por falta de ganas.
El etnocentrismo como
cultura única está pues siendo dinamitado por los sofistas de la Otredad,
aunque haya muchos con menos mensaje que una caja de crispis, y así, hay gente
que se solidariza más con un sirio que consigo mismo, ya que en ese empeño en
salir de uno mismo para ser otros interviene lo que Montaigne advertía al
respecto de lo elusivo de la verdad –que ahora no es uno sino los demás–, de
que si quieres salir de tí mismo hacia los desiertos del conocimiento y escapar
al hombre de cada uno, caes en la locura.
Lo cual plantea la gran
disyuntiva, ésta ya para cuando bien entre el siglo, porque lo que es ahora ya
no nos da tiempo, de ser cuerdos contempladores de nuestro ombligo o locos en
fuga hacia los paraísos de lo Otro.
Aunque también puede que
sea otra moda occidental con la que expiar un poco la mala conciencia de haber
engordado siempre nuestro yo con los otros del mundo, un enlañarse el coráceo
barro del cinismo que lo caracteriza y para lo cual bien habría que tener en
cuenta el dicho: “laña echá, cuartillo caído”.
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