jueves, 18 de febrero de 2016

Rescoldina


Cuarenta años después y con las debidas reservas, he de decir que esta película me suena. En pantalla, lo de siempre, lo viejo resistiéndose a irse, y lo nuevo sin saber cómo asentarse. Eso nunca cambia. Es el ciclo de la vida (y la muerte), con algo de sexo en medio, pero poco, lo justo para joder al público en general (al de butaca se le da aloe vera para el escozor). Pero lo peor es el guión. 
Con un argumento de buenos y malos y estructura típica del cuento, de Propp, con su agresor(nuestro destino), donante(electores), auxiliar(C’s), la princesa y su padre (el estado), el ordenante(rey), héroe(candidato) y antagonista (PP/Podemos), se han montado una obra no por dejà vu menos visible, pero cuyos ribetes de remake (perdón, pero es que suena mejor que versión repe) resultan insufribles. 
Cambio, re-transición, nuevo régimen. Mucho bombo para tan poca función. O “no pasarán”, “que vienen los rojos” o España en peligro, tan parecidos en patetismo a aquel temorodio a Carrillo antes de demostrarse fatuo. Todo es vana programación para la caverna, sea la tele o la vida, o la televida. Con algo de realismo si se quiere, por vivir (y padecer) los efectos de aquel fiasco adulterado aunque bien elaborado que fue la transición. 
Pero, como entonces, a la caverna nos vienen con una peli que, proyectada en la oscuridad, a unos los rapta, día tras día en su pantalla, y a otros nos disuade, quizá por sospechar que a la caverna ya no baja nadie a alumbrar sino a deslumbrar, a saturar con la falsa luz de la parodia en que se ha convertido la historia, y no solo aquellas segundas partes de ella que se repetían, según Marx, sino toda ella, que hoy es pura repetición, copia y vuelta de tuerca. Parodiar la parodia. 
Sus nuevos actores, fieles herederos de las viejas escuelas de interpretación, la versionan en plan nota tomándola por un karaoke. Y todos, repitiendo a coro, cual estribillo de la Nocilla:¡Repetimos! ¡Que nos echen otra! El show debe continuar, y agotado según parece aquel numerito circense de puertas giratorias de la historia que fue la Transi, con escapismo, funambulismo y aserramiento de cuerpos incluido, hay que reinventar el espectáculo. Solo que no hay ideas, ni, por supuesto, almax y bicarbonato bastantes para trasegar la rescoldina y el ardor del refrito de mugre intemporal con que, en su defecto, nos deleitan.

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