Cuarenta años después
y con las debidas reservas, he de decir que esta película me suena. En
pantalla, lo de siempre, lo viejo resistiéndose a irse, y lo nuevo sin saber
cómo asentarse. Eso nunca cambia. Es el ciclo de la vida (y la muerte), con
algo de sexo en medio, pero poco, lo justo para joder al público en general (al
de butaca se le da aloe vera para el escozor). Pero lo peor es el guión.
Con un
argumento de buenos y malos y estructura típica del cuento, de Propp, con su
agresor(nuestro destino), donante(electores), auxiliar(C’s), la princesa y su
padre (el estado), el ordenante(rey), héroe(candidato) y antagonista
(PP/Podemos), se han montado una obra no por dejà vu menos visible, pero cuyos ribetes de remake (perdón, pero es que suena mejor que versión repe) resultan
insufribles.
Cambio, re-transición, nuevo régimen. Mucho bombo para tan poca
función. O “no pasarán”, “que vienen los rojos” o España en peligro, tan
parecidos en patetismo a aquel temorodio a Carrillo antes de demostrarse fatuo.
Todo es vana programación para la caverna, sea la tele o la vida, o la
televida. Con algo de realismo si se quiere, por vivir (y padecer) los efectos
de aquel fiasco adulterado aunque bien elaborado que fue la transición.
Pero, como
entonces, a la caverna nos vienen con una peli que, proyectada en la oscuridad,
a unos los rapta, día tras día en su pantalla, y a otros nos disuade, quizá por
sospechar que a la caverna ya no baja nadie a alumbrar sino a deslumbrar, a
saturar con la falsa luz de la parodia en que se ha convertido la historia, y no
solo aquellas segundas partes de ella que se repetían, según Marx, sino toda
ella, que hoy es pura repetición, copia y vuelta de tuerca. Parodiar la
parodia.

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