jueves, 31 de octubre de 2019

Tiempo de crepúsculos


Cada noviembre simultaneo el manto del azafrán con la recaída en esa gallardía estéril de querer comprender –pues aún no he llegado a esa edad de Fernán Gómez de estar hasta los cojones de comprender– cómo vivimos de pendientes de cosas que en realidad no existen, que incluso cultivamos el afán de su creencia, tal vez huyendo de una realidad tan irreal como la que se nos impone, yendo de la sartén de lo virtual al fuego de lo sólo verosímil, inermes frente a lo casi inerte, al mando de una felicidad malva como esa flor empeñada en anunciarnos un tiempo, más que de difuntos, tordo y radical, un tiempo de crepúsculos, que es como más gótico y matizado. 
Recalé por primera vez en esa laxitud desprendida viendo cómo los negros de los telefilmes de repente eran policías, jueces (juezas, más bien), crasos jazzman, generales, hombres de negocios, y yo, blanco de mí, con estos (pobres) pelos. 
Y aunque alegre por esa negritud redimida, intuí que sólo se trataba de que, al menos en la tele, las minorías al fin subían al podio escaparate (las mayorías no suelen subir porque no caben), comprendiendo que un nuevo tópico surgía que añadir a los que ya manejamos tanto a nivel tangible como representativo, todo aquello que damos por hecho y existente que nos permite la tensión mínima para mantener la velocidad de crucero de la vida al ralentí. 
La primera gran banalización masscult de la tradición de difuminación social de la muerte,
            a lomos tanto del espíritu halloween como del falso culto a los muertos, por lo pop y a lo loco.
Algo más por lo que discutir, hacer encuestas, leer y guiar como hitos entretenida nuestra vida cotidiana hasta la muerte, que los americanos dicen pasar delante (passing on).  Porque la muerte, como el negro pobre, no existe.
No son cosas profundas. Es que el silencio y la oscuridad hacen profundo lo cotidiano, y al platicarlo le damos carta de naturaleza. Así, solemos dar por sentada la existencia de cosas como el pan, el cine, la dieta mediterránea, el flamenco o la multitudinaria industria navajera. Cuando todo el mundo sabe que el pan ya no es pan  –la prueba es que hasta las gallinas le hacen ascos–, que el cine se acabó allá por los setenta y sólo quedan teen movies bazofia; que la dieta mediterránea es otro mito nacionalista para engordar a los vendedores de coleccionables culinarios, y el flamenco, que antes era de minorías, ahora es underground, para ratas de quejío, y que como tuviéramos que vivir de la industria navajera íbamos a pasar más hambre que los pavos de doña Lola.
De tal modo se habla de estas cosas que un día le oí declarar a un eminente (por estatura física) agrónomo –la agricultura, que no sé si aún existe, pero que es la única actividad, creo yo, con la facultad de empobrecer aún más al pobre, tanto económico como mental– que el azafrán movía en nuestro entorno más de 20.000 millones de pesetas. Menos mal que no dijo euros. 
Me río yo de los ajuares que se compren a las mozas con lo que den sus matas. Juro que me los pongo y salgo con polisones para el próximo Halloween. Que esa es otra. La cultura spanglish, la única disponible, un folclore, una cultureta de revoltaza amanerada de tics cambiantes para la venta, que utilizan como engrudo y levadura la gelatina de la lengua y el gasificante de cierta idiosincrasia católica, que hace marginal cualquier intento de reelaboración. Que por otra parte es lo mismo que ya se hizo en los países antes protestantes.
Dulces –galguería, que se decía antes por aquí– al hilo de la nueva
         tradición instaurada para estas fechas. Otro festín de impostura.
No obstante esto, España es diferente, es decir, idiota pero de otro modo, y debe ser el único país donde cada vez más gente huye de ir a los cementerios y celebrar San Pueblo con crisantemos cada 1 de Noviembre, para subirse a su sarcófago de hojalata e irse a morir de vacaciones. El tiempo es breve, las ansias crecen y las esperanzas merman. Todo acucia. Más vale perder la vida que morir. 
Es el síndrome Halloween, que empezó siendo la metonimia de la muerte, y ahora es su simple parodia con calabaza desvirgada de pezote, hueca y con una bujía para iluminar la tumba de los andrajos de la parca. Es a la modernidad lo que las Danzas de la Muerte eran a lo arcaico. O sea un supletorio de lo telúrico por lo siniestro, de lo inabarcable por lo grotesco, de la conmoción por el escalofrío de pacotilla, una muestra de cómo el poder adquisitivo compra el sucedáneo de la muerte cuando ésta ha desaparecido de un panorama totalmente secularizado. La última desacralización del dinero. Otra prueba de la irreversible descatolización. La última victoria de Lutero depuis la lettre.
Lutero fue un genio del marketing político al decir a los nuevos burgueses con complejo de culpa católico por haber almacenado tanto tesoro mundano y pecaminoso a los ojos de Dios, que éste en realidad se sentía muy honrado por sacarle el amago a la puta Gaia, aliviándoles así la conciencia del peso de querer enriquecerse cuanto antes, dándoles en el asa de lo que luego explicaría Freud sobre la importancia de que el padre o el superyo te dé unas palmaditas cada vez que pateas a una piedra, o a un negro, aunque sea juez, y encuentras dinero debajo. Da como confianza, ¿no?  Para enmendarte (o enmerdarte más) sólo tienes que revertir un diezmo a obras sociales, o para el psiquiatra. Si esta  vida ya es light, entonces, ¿qué será la muerte? 
Y el último gran producto, preparado para las
           fechas, y con gran éxito. De risa
         –y para llorar, a la vez–. Todo un alarde.
Y si todos aspiramos a ser ricos, o sea si todos esperamos morir, es que aquí nadie cree. Y no es sátira, pues esa otra ilustre desdentada también ha desaparecido, desleída por la pertinaz lluvia de cretinos. Por cierto que la lluvia es otro mito. Por eso es irremediable (como su ausencia). No así el frío, prosaico y vil al que nacemos, desde el principio ya empleados en trabajos basura.
Y sin embargo todos esos y otros mitos es lo que nos mantienen vivos. Los pistilos, ya secos, del pasado que vuelve cada otoño para dar un cierto aroma lila al estercolero e hidratar la vida contenida de las tontunas de cada uno y alimentar así esa presbicia social, que es una parábola social sobre otra evangélica, la de la paja en el ojo ajeno (que ya es perversión), que nos es tan necesaria para no ver lo que, existiendo cerca, no hacemos ni caso, y sí lo lejano e inexistente, en un tiempo sin ojos y sin dientes ni oídos y sí mucha paja, mucha epidermis, piel despilfarrada y no menos olfato, por lo mucho que hay para oler. 
Para bucear en el vertedero en busca de esos mitos tan importantes en la gestión de la población ya no hacen falta los sentidos más espirituales. Sólo un poco de oxígeno y esperar a esas puestas de sol de temporada cuyos malvas nos deparan el perfecto camuflaje de estar entre dos mundos.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Letras pa'l cante: chuflas, bulerías festeras, o lo que se tercie


Bullerías

La calle la Cruz abajo
te vi un día de verano
arremangarte el refajo.

Me mudas la voluntad,
mira a lo que has dao lugar,
que escondo yo la conciencia
para poderte olvidar.

A la par de la orilla  de la carretera
mi mula con el viento
pena que pena.

Que calamidaíta mandeme la Virgen
y que siete soles me cieguen la frente
si me ven contigo pasar de la mano
o voy a traición por la noche a quererte.

Qué pena más grande tengo,
que me quedé sin abuela
y sin padre luego a luego.

Ay que toma que toma
que ya no queda vino en la redoma.
Ay que dale que dale,
que el amor de una suegra
es el que más vale.

Hasta aquí hemos venido
cuatrocientos en cuadrilla,
si quiere que nos sentemos,
está usted loca perdida.

Ay, que tírame, que me tira la sisa.
Ay, que yo me muero, me muero de risa.
Ay, que mira, mira, que tía más pavisa,
que tú te lo comes y ella te lo guisa.

Tienes dinero, tienes dinero,
pero por tu malaje yo no te quiero.
Tienes dinero, tienes dinero,
como no soy la Hacienda
no te lo peno.

Espera, que voy;
guárdate, que vengo.
que si sigues pintándote, prima,
mira, yo ya no te espero.


viernes, 25 de octubre de 2019

Gorrumbadas


Desde ayer las redes echan aún más humo. Humo y humores, que es como también se llama a la escurribanda de secreciones corporales en un momento dado, y que, si incluimos la verborrea como otra excrecencia, actualmente expresa mejor que una biopsia el ánimo y pensar de tanta gente en tan solo 140 caracteres. 

miércoles, 23 de octubre de 2019

De ilusión también se vive..., y te votan


Parte Oficial de Guerra correspondiente al día 24 de octubre de 2019. XXXIV Año Triunfal.

En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército facha, han alcanzado las tropas rosas sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. (Y una leche)