martes, 31 de marzo de 2020

lunes, 30 de marzo de 2020

Marzo

Y llegaron los idus. Marzo, que es así de espléndido y versátil y, más que airoso, airado, y así como enfadado con el hombre, se adentra hecho un ventiscas por rendijas y goznes para darnos un aire y meterse en los alveolos con chubascos de virus haciendo bueno al Dante -por si no lo era ya-, y dejándolo chico de tremendo cuando este dejó dicho lo de “abandonad toda esperanza” a las puertas del mismísimo infierno que es lo ignoto. 
Aunque ya otro colega nos advirtiera que todo lo que nace merece perecer. Premio este que, como golpe que es, perdonaríamos por el coscorrón, si el tremolar hirsuto de los visillos ante el empuje de la amenaza nos dejase serenarnos en nuestro marceño apartheid (manu militari) doméstico, por no tener otro sitio mejor donde esconderse de los ejércitos del mal, como niños tapándonos la cara esperando que el enemigo no nos vea, en respuesta quizá desquiciada al terrible chinazo (y esto va con segundas, incluso aposta) de la peste de la era digital -¡prohibido tocar- de este marzo rebisiesto, redomado cabrón, mensajero coronario, marzo del coro al daño y del daño al coro(naleches). 
Y así vamos, de marzada en marzada, como suele ser él, mes de trastadas, y de derrota en derrota -hasta la victoria final (y esperemos que no sea a la viceversa, por la cuenta que trae, tan impagable)-. 
Y con otro agravante, tan alevoso como nuevo, que en ninguna peste antes se había dado, como es la de morir sin moribundia, la de pasar sin lágrimas -solo el olvido (y la pena) asegurados-, sin ni siquiera la efímera compaña de trámite de los “seres queridos”, o de dudosos querientes, y que, más que responder al tópico cambio de hora del mes, no pocos se preguntan si no será en realidad cambio de tercio. 
Está visto que a marzo siempre le sobra gente, siendo tan legendaria como macabra su hambre de abono primaveral. Y aquí estamos, negándole los huesos que reclama. Es demasiado pronto. Siempre lo es. De cualquier forma, ahora más que nunca puede decirse aquello de: “qué solos se quedan los muertos”. Y los vivos, también. O peor todavía: con la tele.

Crónicas del gulag


No se debería llamar guerra a esta crisis del coronavirus. Téngase en cuenta que después de las guerras vienen las postguerras.