sábado, 30 de septiembre de 2023

Lenguas

 Sea por haber vivido estos últimos cincuenta años de las palabras -y de los silencios, o entre los silencios- confieso (y no como delito, espero) que si algo admiro de los catalanes, o mejor de los catalanistas, es su enconada defensa de la propia lengua. 

Bien por saber que es algo residual, o por intuir que ella es su única independencia probable, la protegen como a un hijo único, incluido la anulación de las demás, que es lo que suele hacerse en pro de la supervivencia, y que es un signo típico del imperialismo, como lo es todo nacionalismo, incluido el español, o castellano -recuérdese que el famoso imperio se fundó desde esa parte del “tanto monta”-, y que necesita erradicar a la competencia para serlo. Es la única forma: crecer o morir.

 Luego, para salir en la tele se despliega una gran tela bien serigrafiada con el Catalonia is not Spain, que es como si estuviera en catalán, pues nadie lo entiende fuera, pese a estar en el actual idioma franco, con perdón, sino porque el asunto es (aún más) ininteligible en el exterior. 

Una concesión, lo del inglés y tal, para dar visos de realidad a la ficción, o al revés, que aún resulta más estimulante y posmoderno, lógica en una política de internacionalización (y turisteo) a la defensiva, como se juega la cuestión. Es absurdo pero tiene su aquel. 

Con el castellano, sin embargo, se da más el surrealismo. Por ejemplo, en mi barrio la escuela tiene un grafiti ocupando toda la pared frontal, legible a doscientos metros, que reza (pues no es para menos): “Protect the planet”. 

Ignoro si la lumbrera creadora da por descontado que el entorno es bilingüe, por el hecho quizá de estar ocupado por parejas (tirando a viejas) todo lo más. O si espera que las corresponsalías de teles forasteras tomen vistas para emitirlo en Kabul o Nicosia. Un puntazo. 

O quizá sea para inculcar en los niños que el planeta solo es salvable en inglés, pues el español, tan extendido, está tan visto y va tan “sobrao”, que mejor usar esa lengua cooficial de hecho, en plan snob, tirando de glamur. Y qué mejor que empezar por la escuela. Como para no envidiar eso de “el catalá a l’escola”.

viernes, 22 de septiembre de 2023

Lo del día

Sánchez parece estar empezando a padecer de abuelimia, que es cuando a uno le crecen los abuelos que tiene en el circo para repartir chuches a los niños, pitas, pitas, y luego va y les echa una sardina como a las focas, y prou. 

Así que, la Transition Band ha salido a pista con que este tío es hilipoya, que en andaluz es mucho más que hijoputa, y que no les toquen el legado (cojones, en anciano), que es para sus nietos, que mira tú por dónde más bien andan en la delincuencia digitosexual, que no es que se rasquen ahí abajo, sino emplear la IA, que al parecer es la única que tienen, para gamberrear con el otro sexo, que ya puestos en modo democratitis resulta que es gratis para nenes. 

Pero es lo que cualquier yayo (y seguimos) haría, por sus partes, al cabrearse viendo a los hijos tirar de veta con sus ahorros de toda la vida invitando a caviar en el chalé familiar a una serie de aprovechaos, y prometiéndoles que igual se lo dejan en usufructo, sin pegas, tomaros lo que queráis, estáis en vuestra casa y tal. Un temor lógico si te figuras a Junqueras comiendo gambas. Pero hay más. 

Los viejos, sin decirlo, pues aún no han perdido toda la vergüenza que dicen se pierde de viejo, andan señalando, así como así, el trasunto real de la movida de Sánchez con sus socios, que consiste en que la amnistía, y otros acuerdos, con la serie de cambios de todo tipo que eso conllevaría, si de hecho no romperían la Constitución, ni el régimen, ni España, etc, etc, sí supondrían en la práctica el inicio y puesta en marcha de otra transición, que acabaría de hecho con el régimen del 78 -algo que podemitas y otros llevan intentando ya ocho años-. 

Lo cual, por otra parte, tampoco sería tan descabellado, a la vista de las muchas grietas de su edificio, y digámoslo pronto, la escasa o nula identificación de las nuevas generaciones con esta casa común vista ya como mamotreto, siendo indudable que unas buenas reformas sí convendrían a la casita, reformas que, por intereses de los dos grandes partidos, jamás llegan, dejando que todo se pudra, habiendo así llegado a esto. 

Solo que (y seguimos) esta transición se haría sin consenso, sin saber hacia dónde se va o hay que ir, ni qué es lo que quiere la gente (o contra la mitad de ella), y, aunque tenga visos cabales -Sánchez es un maestro a la hora de montar movidas a lo grande, de debate universal, en las que parece que todo el mundo lleva razón-, cuando lo único claro es que, en esta nueva huida hacia adelante, que es políticamente lo que lo ha caracterizado, su aventurerismo patológico podría cargarse unas cuantas cosas de esas sin repuesto y cuya excusa luego, cuando te preguntan de viejo en el extranjero, es la típica “yo solo quería el bien de España”. Y eso, tampoco es.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Seísmos

Era de esperar que el gobierno acusase a Aznar de golpista, que la ministra portavoz, esa orácula, dijese que lo próximo de Jose Mari será llamar a un alzamiento (además del de bienes, se supone). Y ya estaban tardando pues hace tiempo que desde la acera de enfrente, con perdón, les vienen señalando a Sánchez Falconetti como el gran villano, el golpista enmascarado de progre demócrata -¡progre democracia!-, la amenaza en la sombra de Moncloa. 

Es lo que se lleva, la propaganda quid pro quo, hoy por ti, mañana por mí, pues, aunque ambas acusaciones puedan ser ciertas, estas cosas siempre suelen levantarlas precisamente los que no pegan golpe, que es lo que caracteriza, por otra parte, a los grandes golpistas mediáticos, y entre los que no media ni el canto de un euro. Los demás, simplemente miramos por buscar un sustituto al aceite de oliva en la ensalada, que lo tenemos crudo (o eso quisiéramos), y apañárnoslas con nuestros pequeños terremotos cotidianos. 

Los grandes se quedan para gente más pobre y morena, que ya se sabe son los que llevan la parte épica, y en esto la naturaleza es muy sabia, pues así los parias de la tierra pueden seguir protagonizando la historia como es debido, aunque sea sin alzamientos ni protestas en ningún sitio por la tardanza de su rey en acordarse de que existen. Pues los parias, sí, tienen rey, y lo adoran como si fuera de peluche, tan enjoyado para ellos, y con sus besos propios de telenovela de y para súbditos. 

Y es que ya quisiéramos nosotros que un monarca así de patriarcal y divino diese su sangre por televisión por nosotros y se interesase, cámara al hombro, por una vez, por nuestras pústulas, y que una UME extranjera, con sus perros y todo, nos rescatase, pobres súbditos del IPC, del Euríbor de entre nuestros escombros. Y que un rey vecino del piso de arriba, le ofreciese al nuestro sus condolencias (por nosotros, claro, qué honor) llamándole hermano, aunque no supiéramos bien por parte de quién. 

Que, ahora que caigo, si así fuera, resultaría que Froilán, la recluta Leonor o Victoria Federica serían sobrinos suyos. Y es que, si te fijas bien, hasta se dan un aire.

jueves, 7 de septiembre de 2023

Síndromes

 

Lo peor de jubilarse es que te quedas sin el síndrome posvacacional, esa menstruación septembrina unisex, “esos días” que te jode y te excita a la vez el seguir en el tajo, pero lejos aún de la menopausia laboral; algo así como lo recordado por W. Allen sobre la vida, que es una mierda, pero dura tan poco…, ya saben, la ambivalencia de la jodienda, que no tiene enmienda. Aunque a algunos les afecte más que a otros. 

Yo estoy por decir que, más que a los empleados, a los empleadores y su ansiedad propia días antes de empezar a estirazar de sus chollos o simples negocios, y más en vísperas de fiestas. Así, este año los hosteleros han reclamado, pero como agua de Dana, “personal cualificado” para la Feria, el gran síndrome. Ya estamos. Y llevan razón. 

No basta con cobrar poco, ser apañados/as, hacer jornadas rijosas o saber idiomas. Un camarero cool tiene que saber disertar, al tiempo que sirve mojitos a una peña de tragones de miguelitos, sobre si la Yoli y sus escoltas delinquieron al tratar con Puigdemont en Waterloo, o si el Supremo debería fijar como precedente doctrinal (y figurar en el Aranzadi) el aplauso al protagonista de acto público -hacerse un Rubiales, que se dice- como motivo incontrovertible de lapidación púbica, cese, despido, ostracismo, si eso te excluiría como miembro de mesa electoral (qué gozo), y si habría excepciones, como aplaudir a Mojinos Escocíos o La Polla Records. 

Y es que nos hemos olvidado ya del examen de conciencia como método para no volver a pisar charcos, sobre todo en septiembre, y si llueve. Yo mismo me tiré una vez cuarenta años, exactamente desde los trece, sin oír ese dictado. Hasta que un día, una diputadilla del Psoe, esa nueva iglesia de la verdad tan apóstata como excomulgante, ese otro síndrome colectivo guardián de las conciencias, ese superyo sin abuela que se creen, me lo zampó: “Antonio, deberías hacer examen de conciencia”. Así, en general. 

Y lo hice. Desde entonces paso aún más, y sigo más a rajatabla mi lema: di lo que quieras, haz lo que puedas y reza lo que sepas. Y cada noche antes de acostarme pido que Dios nos pille confesados. Y más en Feria.

viernes, 1 de septiembre de 2023