sábado, 31 de marzo de 2018

Lápida


Solo te das cuenta de que has perdido todos los puntos del carné cuando vas sobre ruedas y te vuelves y ves que la silla la lleva un inmigrante.

jueves, 29 de marzo de 2018

El FARA

El domingo por poco se me anuda la comida. Movía yo la quijá con una típica receta de deconstrucción añeja, como es la tortilla de collejas (colitxos en catalán), cuando en el telediario se lían a hablar de la llamada esa para activar el FARA.

domingo, 25 de marzo de 2018

Fuerzas vivas


Si en Navidad se vuelve a casa, en Pascua prima echarse a la calle, estrenar disfraz, apalancarse en el barroco de su dramaturgia impostada en lo que llaman vuelta a la esencia, aunque no sea más que ejercitar un teatro de calle pedido por el cuerpo y los atavismos adquiridos por las neuronas primavera a primavera. 

jueves, 22 de marzo de 2018

Hámsteres


Lo de Facebook muestra lo que da de sí el homo clausus, que llamó Norbert Elias  (psicológico, según otros), cuyo modelo más depurado es el homo enredado.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Agujeros negros


No sé porqué las cenizas de nadie tienen que reposar en paz. Mira Stephen Hawkings, después de no poderse menear durante décadas, y quemarlo, ahora entierran sus cenizas para siempre. Eso sí es que es un agujero negro.

lunes, 19 de marzo de 2018

El otro género


Aprovechando San José (obrero, se decía cuando habían), rebautizado como día del padre para el tercio familiar, El Corte y las pastelerías, y el dicho de que cuando lo seas comerás huevos, qué menos que armar una falla para invocar el (cada vez más párvulo) subidón de primavera y, hablar, para pegarles fuego, nada de indultos, si no de ellos, sí de sus parientes, unos más ricos, otros más cercanos, como son el pene, el corazón y la lengua, los tres órganos masculinos, todos unimusculares, que a pesar de lo políticamente correcto siguen ahí, erre que erre, haciéndonos vivir y morir como género, y hasta pensar, cuando por falta de tensión suficiente, suplantan al cerebro, ese otro órgano más bien morigerado con el cual hay que estar en buenas relaciones, aunque sea tan difícil estar de acuerdo. 

jueves, 15 de marzo de 2018

Desarrollados


Al día siguiente del 8-M Vargas Llosa dijo que demostraba que ya no es este un país subdesarrollado. Un tanto prematuro tal vez.

miércoles, 14 de marzo de 2018

La caterva (que viene)


Temblando estoy. Una nueva gran solución nos amenaza. Ya está en marcha, y es temible: la regeneración.

lunes, 12 de marzo de 2018

sábado, 10 de marzo de 2018

Sociedad civil caput. Apuntes

Los políticos están tan obcecados en que esto parezca una democracia, que a la mínima que ven gente en la calle, no importa si van a comprar víveres, echar la quiniela, los hayan pulido de casa o vengan del botellón multitudinario y constante de la feria de soledad permanente, van y te sueltan que eso es la demostración más palmaria de una política participativa, asamblearia y que roza el colectivismo más fraterno. 
Y si ven llenarse los edificios institucionales (de gente que va a pagar multas, a protestar, empadronarse o a pedir lo que sea), eso es la prueba de la rana del máximo activismo cívico y social responsable. 
Y si a todo eso se une una reata de supuestas agrupaciones (unipersonales muchas de ellas) preocupadas no sólo de sus propios intereses sino también de sus propios intereses, ya estamos en el colmo de los colmos del interés generalizado por los asuntos político sociales que como un incendio arrasa en las instituciones, tan ocupadas por todo tipo de público, tan alborotadas y con tal efervescencia de actividad, propuestas, debates y demás, que no sé cómo no tienen que avisar a los bomberos o a las fuerzas de seguridad para disolver a las masas que de manera tan bulliciosa y protagonista quieren participar e intervenir en las instituciones que les representan.
El dilema expuesto por Daniel Bell de que el hogar público debe satisfacer no sólo las necesidades públicas en el sentido convencional, sino también convertirse indeludiblemente en el campo para la realización de los deseos privados y grupales, ha quedado para los gobernantes, enquistados como pupas en la incompetencia de su irresolución, en un simple desideratum, provocando todo lo contrario: la huida desesperada de todo el mundo, excepto cuatro sospechosos por insistentes, de las instituciones en general y la administración en particular, excepto funcionarios (en horario laboral). 
Y es que, como decía Lichtenberg, cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, pierden el respeto. Aunque, naturalmente, como aclaraba Bertold Brecht, cuando el delito se multiplica, nadie quiere verlo. Y menos sus causantes, aquellos tan contrarios a la opinión de W. Whitman de que el mejor gobierno es el que deja a la gente más tiempo en paz y que aún presumen de esa connivencia masiva por abandono de la ciudadanía con la (indi)gestión de sus intereses.
Sólo hay que fijarse en cagadas tales como la luz, los transportes, la nieve, etc, para apreciar que los responsables, lejos de envainársela, te corren a broncas, cosa que si es para animarte a participar, se agradece; y también que las víctimas de esos partidos de contratistas y subasteros en los regímenes que son sus feudos, clientilizadas, suelen confundir el civismo con el borreguismo. (Y cada cual piense sus propios exempla, pues de embarcarme en citar los diversos casos domésticos, esto se haría un tedioso suplicio).
En cualquier caso, las reacciones a las agresiones de la democracia participativa, lejos de implicar a los agredidos, les produce más bien una refracción inhibicionista tirando a huidiza, que invita a una risa tragicómica en tanto sólo han bastado cuarenta años para pasar de la nula presencia ciudadana en las instituciones a la más absoluta miseria que es esa charada permanente que se presenta como régimen participativo y que ha convertido ese mañana al que aspirábamos, por muy efímero que fuera, en la lapidaria tesis de Henry Ford de que cuando pensamos que el día de mañana nunca llegará, ya se ha convertido en el ayer, pudiendo por tanto ya descojonarnos libremente de Tocqueville y su sociedad civil como organización intermediaria de nivelación, y el Estado como garante de la igualdad (que ahoga la libertad, encubre la envidia y ablanda a los hombres), ante la autotiranía de las mayorías. Ja, ja. O de Mill por pensar que el individuo es el centro de la moral, y la privacidad el reducto de la libertad. Ja,ja,ja.
Los sociólogos más avispados han explicado este fenómeno centrífugo como han podido. Los defensores del “selfismo”, que todo lo achacan al individualismo atroz universal, el autocrecimieto, autorrealización, autoafirmación (o autonegación) y a la extrema  autocomplacencia que comporta, ven en ello unos estilos de vida que son postizos, rellenos que no llegan a vida pública. Mientras otros dicen que ese narcisismo, además,  arrastra al descreimiento de lo privado, por si faltaba algo.
Otra explicación, mucho más rústica, podría ser que la confianza en las instituciones se acerca a un simpsoniano menos que cero, tras décadas de acoso, derribo, saqueo, chuleo y detentación hasta el secuestro, en su mayoría, hasta el extremo de haberlas (diputaciones, por ejemplo) que han acabado haciendo dejadez de sus propias administraciones hasta el punto de no utilizar ni sus recursos ni sus competencias, por motivos en que los políticos son los más dignos de nombrarse, y montar gestiones (sólo de lo que interesa) paralelas desde el ámbito privado. Vamos, que si ni ellos mismos se identifican con sus instituciones, agárrate al resto.

En tales circunstancias, acudir a comulgar a este tipo de Eldorados sólo es medianamente gratificante si lo haces participando de verdad (en su presupuesto), como alternativa refugio contra la sodomía y el granizo del mercado, y siempre teniendo en cuenta que esta Numancia meritocrática (que no es sino los restos fantasmagóricos del espejismo que fue) no es la idílica solución de continuidad frente a la falta de continuum, fragmentación y fraccionamiento generalizadas como causas de lo efímero, la inconsistencia, la diletancia y la interinidad permanentes que a marchas forzadas andan causando la muerte de la sociedad civil, sin perder de vista a Séneca, cuando dice que “Aquel que tú crees que ha muerto, no ha hecho más que adelantarse en el camino”, y a la vez seguir el mandato del alcalde Tierno “¡El que no esté colocado, que se coloque!”. Porque si hay una democracia participativa que nos hayan dejado para practicar, esa es a la única que casi casi, aspiramos todos a diario: la de chupar del presupuesto. Y lo demás son chorradas.

miércoles, 7 de marzo de 2018

Feliz, feliz en tu día

Las mujeres deberían aprovechar su día internacional para enamorarse. La cosa está jodida, nunca peor dicho, pero habría que intentarlo. De todas formas, nada se pierde. Téngase en cuenta que enamorarse es una de las enfermedades más leves; en la mayor parte de los casos se cura casándose. Aunque bien sé que no está el horno para bollos, nunca peor dicho, y van dos, ni para prescripciones ni para consejos ni para piropos ni para casi nada.
En lo de los piropos, por ejemplo, el asunto está más bien fatal, casi tan mal como cuando aquella otra Sección Femenina aconsejaba, al ser piropeada la mujer, “que lo que había que contestar con la cabeza alta era: ¡Yo soy de Falange!”. La cual declaración, decía Martín Gaite, debía suponer conjuro de suficiente eficacia como para poner en fuga al osado tentador de la fortaleza femenina, cuyos cimientos iba el piropo dirigido a socavar. Y hablando de prescripciones, también se ha sabido de otros que han hecho llorar a la mujer por prescripción facultativa, bien fuera en provecho de uno o de otra, o de ambos, porque llorar en comunión debe ser como un orgasmo en toda regla (y van tres) del órgano sexual por excelencia: el cerebro.
Ahora cuando las labores propias de lo femenino superan a las de Tabacalera, siendo como es la mujer temática por antonomasia, casi todo lo grueso está demodé para el amor (bueno, es un decir), gracias a lo cual nos ahorramos cumplidos como aquel de que “las mujeres, para que no se pongan negras, como las olivas, hay que echarles caldo”. (Y van cuatro)
Tiempos de hambre, gracias al cielo preteridos, con los que se fueron (¿se fueron?) los que sólo dejaban conducir a la mujer con un permiso por escrito, y eso en casos de ablandamiento por enfermedad terminal o así. Gente refinada. Y con mucho sentido de la propiedad.
Ahora todo es más interino y el amor, por ejemplo, se lleva a rento.
No es que este tiempo sea de imposibilidad para el amor, pues es más fácil oír que nuestro amor es impasible, que lo otro. Pero en el sumario abundan las pruebas de frustración, muchas veces con origen en la confusión propia. La tremenda ansia de equiparación femenina en lo mejor (o así se entiende) no debe llevar como contrapartida que el hombre asuma lo peor de la civilización, sino eliminarlo, por contradictorio con la libertad. 
Las tareas domésticas por ejemplo. Eso no es liberación; es penitencia. De ahí que casi ninguno quiera figurar en lo de “profesión, sus labores”. Unas labores realmente de mulas, y que podrían equipararse así, sin ninguna retórica, precisamente a aquellas otras del pasado, las de la terratenencia, que se valoraban precisamente por los pares de mulas que hacían falta para labrarla. Por ejemplo: una labor (o una casa) de un par de mulas, o dos, o veinte.

Todo hace pues, que la mujer, salvo al amar, vaya para industria, dando lugar a otra vanguardia socioeconómica, la penúltima frontera (la última es lo gay), a ser utilizada para definir nuevos mercados y productos. Las quinceañeras, por ejemplo, son quienes definen si lo gay es aceptable o no. No por una proposición moral del fenómeno, sino por un mecanismo básicamente industrial por el cual las multinacionales, manipulando sus sueños de niña a mujer, desechan en su nombre los productos que no venden suficiente ilusión de polvo de estrellas masculinas (mas polvo enamorado), haciendo que los iconos gay busquen refugio en otros segmentos (aunque esté feo señalar) y se pregunten para cuándo el año internacional del tercer sexo. Cuando les llegue, sólo espero que la liberación les sirva para algo más que para ver sus mejores sueños vendidos también en los supermercados.