jueves, 26 de mayo de 2022

Menores

 ¿De quién son los menores? Ni se sabe. El caso de la secuestradora del hijo indultada es un ejemplo más. En su caso, el estado (o sea, el gobierno, ya que en este país, cada gobierno que llega secuestra al estado, porque estado solo hay uno y a nosotros nos encontró en la calle), lo ha dado como de ella, que lo secuestró porque era suyo, al parecer –menuda jurisprudencia–. 

Si bien lo normal sea declarar la propiedad estatal de los menores, aunque sea en esa forma indefinida y ambigua del sí pero no, ni pa ti ni pa mí y según convenga, pero reservándose el derecho de admisión para cuando interese. 

Así, esos menores violadores de una adulta, por los pelos (18), dejados en libertad, vigilada, por supuesto, pero por sus padres, que estarán ojo avizor, como hasta ahora, para que no violen a más gente, seguro, metiéndoles el puro, mientras la justicia se fuma otro. Sin embargo, con los menas marroquís, todo lo contrario. 

Saltan la valla, se cagan en la playa y se limpian el culo con la toalla, y el estado los hace suyos (¿por seguir sus pasos?), aunque dejándolos sueltos, acimarronándose por ahí, inhibiéndose de esa propiedad por adopción como un bien mostrenco quinceañero, hasta que, gracias a Alá y al misericordioso Mohamed, las fronteras se abren como con fórceps y las madres los reclaman (aunque no sabemos cuántos han regresado, o sea, siguen aquí por la cara y dependiendo de papá estado, que ni afirma ni niega su potestad). 

En cambio existe todo un requilorio de tomos de disposiciones para expropiar niños bajo cualquier excusa de violación de sus derechos, incluidos apedrear viejos o cuidar perros (¿o era al revés?). Y más, si son pobres. Aunque los ricos se quejen menos de estas cosas, y no por insensibilidad, sino porque si un niño pobre siempre es una boca más, uno rico es como mínimo un escúter menos en el garaje. 

En fin, que son tantas las pejigueras que se comprende que el estado no acaba de aclararse con la propiedad infantil, haciendo de perro del hortelano mientras los susodichos están como los pájaros de la vega. Y cuando les entra la justicia, es que ya da la risa. Por no llorar, claro.

Astenia

 Hoy estoy feliz. Es mayo y todo augura que este verano tampoco tendré que encender la calefacción. ¡Jódete, Galán!

lunes, 23 de mayo de 2022

Don Domingo

 

Con Domingo Henares se han ido tantas cosas –pues, por mucho que digan, el recuerdo es solo el fantasma del vivir-, entre otras, un lector, ese bien escaso, pese a dar por tal a todo el que lee un guasap, como se supone fotógrafo (algo que también él era, pero de verdad) a todo el que posee una digital. 

jueves, 5 de mayo de 2022

Pegasus

 Margarita, Paz, Belarra, ministra portavoz, ministra de justicia, la Yoli... Es lo que tiene pasarse con la paridad: que las guerras van al moño.

Realizando

 Resulta que lo de la lengua también tiene su hit parade. Que yo no sé cómo lo harán, si habrá camareros espías, lectores de guasaps o dependientas de Zara que le pasen a la RAE lo más bruñido e ignoto de sus escuchas fonéticas, pero en lo más alto del top del idioma la palabra reina es realizar. Ea. 

Yo, en vez de un verbo, que siempre indica eso tan lejos del pasotismo patrio que es la acción, habría apostado por algo más sestero, indefinido y facilón como “eso”, “tal” o “cosa”, términos que definen mejor nuestra desgana y falta de respeto por el vocabulario. 

Aunque no iba muy desencaminado y, de tener en cuenta las nuevas características de nuestra idiosincrasia, como la comodidad, el conformismo y el autoengaño con que se tiende a encubrir tales vicios de época, habría acertado. 

Y es que realizar es un sinónimo nato, en su caso de hacer. Solo que hacer no tiene ningún glamur, ya que es algo que se le supone al que está vivo. Para ser claros, es un verbo de pobres. Cualquiera puede hacer, magdalenas, pis o gobernar –o al menos decir que lo hacen (otra cosa es luego probar las magdalenas)–. De modo que hacer ha llegado a ser mediocre, cutre, vulgar, impropio de los seres venidos a más que todo el mundo cree ser en este neobarroco de empobrecidos hidalgos de móvil en astillero en una mano y perro (no) corredor en la otra, que hoy disfrutamos. 

Se necesitaba un término que nos pusiera más en el candelabro y, aun siendo ambiguo, dijera más y nos aparentara más protagonistas activos. Algo que paliase ese complejo que es la miserable gran rémora general de sentirse la última ful que excretó Colón, y dándolo por bueno comparado con lo que viene. Y para eso había que realizar. 

¡Que quiero realizarme, joer!

Porque realizar ya tiene un nivel, demostrar que estamos ahí, cortando el bacalao, o realizándolo, realizando un pis o realizando magdalenas. ¿Para qué? Para realizarse. 

Es la típica operación blanquea y da el pego: se coge un verbo transitivo, típico de hacer cosas, y usándolo para todo, pero sin hacerlas, se autoafirma uno y se pone en valor, volviéndolo reflexivo. Que, por cierto, es de lo que menos realizamos: reflexionar. 

Sombra y luz

 Parece ser que se nos anda poniendo de moda el suicidio, y no me refiero a esa pose kamikaze monclovita que empezó con el tiro en el pie y ya veremos donde acaba según va subiendo el disparo, si bien los gobiernos bi o tricéfalos, aunque se peguen un tiro en la sien, aún les sobran cabezas para llevarnos de ídem a los demás, aunque ya veremos si no faltan pies, y aunque no sea más que otra peripecia teatral y fake en línea con nuestra inclinación histórica e histérica al suicidio nacional permanente. 

Nada de cuidado pues. Me refiero al de verdad: al suicidio individual, que adquiere rasgos de epidemia en jóvenes, pero que en mayores puede ser aún peor (y cuanto más, más), dada la eficacia macabra con que nos manejamos según avanzamos en la cola del desfiladero, y la escasa o indiferente atención dispensada a los próximos al barranco, que es general y aceptada –no hay más que ver la (nula) reacción ante la casi eugenesia dada en las residencias y fuera de ellas con el Covid– desde que esa práctica abyecta de la muerte social se ha extendido por todos lados. 

Y es que, en resumidas, si a partir de una edad (o antes de ella, en los jóvenes) o unas circunstancias de olvido, falta de papel, marginación, de no pintar nada, que suelen concurrir cuando entonces, por mucho que te doren la píldora para que sigas comprando eso u otras cosas, si ya eres irrelevante, invisible, nada, ¿qué pierdes dejando de tomar la medicación o de sujetar el manillar de la moto? 

La muerte social, la luz de gas, ignorar al otro, son formas de anulación practicadas a nivel social como un poder o un querer poder, que es más un quiero y no puedo, que subliminal y alambicadamente acaba con el insumiso. En cambio el poder de verdad adula al individuo para obtener adhesión, mientras sacrifica el interés colectivo. Y entre ambos cavan la fosa, a la que vas, vivo aún, oyendo el paño caliente de que lo principal es la salud mental y su prevención. 

Como si lo único cuerdo fuera seguir vivo y decidir el rechazo del oprobio a que casi todos antes o después nos vemos abocados no pudiera ser igual de lúcido.  O sea, el eterno debate.

Crianza

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