jueves, 28 de julio de 2011

Una risa negra

Lo satírico hoy está devaluado. El género bufo, la mofa, el escarnio, la burla, la jocundia, todo eso a lo que puede asimilarse la sátira, están de capa caída. En el arte. Menos, claro, en la vida cotidiana, en la que echar mano de una cruda ironía, una escarnecedora mordacidad, un malaje guasón, una chanza perversa, un punzante retintín, una socorrida socarrería o una contundente retranca, son maneras todas de levantarse en armas soberanas de la sátira, casi siempre para combatir el biotipo agreste que nos incomoda, y aunque sólo sea porque la mejor defensa es el ataque. Una actitud de permanente agresividad a la defensiva, que no se traslada como antes al orden creativo, en el que, salvo contadas y elegidas ocasiones, ya no es recibida con natural agrado, sino con la reticencia de un pariente atascado en un atraso cuyo estilo y lenguaje delatan desfasado.