Yo no sé qué hemos hecho. Seguro que nos lo merecemos. Pero
no sé porqué. Sé que somos unos pecadores de la pradera. Y que el intríngulis
de la gracia de las relaciones entre súbdito y soberano (o veterano, o
espléndido) está en caer en desgracia sin una causa determinada.
Así, el que gobierna se pone al nivel del destino, la fatalidad o Dios, haciendo como el que pegaba a la mujer sin un motivo, preventivamente, para cuando hiciera alguno. Los actos del poder han de crear perplejidad. Y puedes entender que te bajen el sueldo, que te aumenten el horario, que si estás malo tengas que ir a un curandero o hacerte médico (tranquilos, las listas de espera dan tiempo a eso y más); que dejen robar en la luz, el combustible, el adsl, a los bancos, a los distribuidores de productos básicos, y si sobra, para Hacienda. De nada. Para eso estamos. O que tengan que ‘nominar’ para el presupuesto a miles de los muy suyos, porque entre ellos también hay clases y todo el mundo tiene que vivir.
Así, el que gobierna se pone al nivel del destino, la fatalidad o Dios, haciendo como el que pegaba a la mujer sin un motivo, preventivamente, para cuando hiciera alguno. Los actos del poder han de crear perplejidad. Y puedes entender que te bajen el sueldo, que te aumenten el horario, que si estás malo tengas que ir a un curandero o hacerte médico (tranquilos, las listas de espera dan tiempo a eso y más); que dejen robar en la luz, el combustible, el adsl, a los bancos, a los distribuidores de productos básicos, y si sobra, para Hacienda. De nada. Para eso estamos. O que tengan que ‘nominar’ para el presupuesto a miles de los muy suyos, porque entre ellos también hay clases y todo el mundo tiene que vivir.
Todo eso es muy comprensible. A mandar. Está previsto y va en el sueldo del
votante como los cuernos en un matrimonio de compromiso. Como estaba previsto,
aunque no por todo el mundo, tanto chaquetero como ha surgido para servir de
alfombra, cama o sostén de quienes están demostrándose más dispuestos a
apoyarse en los mimbres del desastre heredado, como debe ser, que en los
propios o extraños, ninguno de fiar. Y te haces cargo, porque para eso también
hay que valer.
Pero cuando ya te mosqueas es cuando, con chulería típica de
“aquí, para socialistas, nosotros”, te programan en la tele pública, que lo es
por prostituida y bienpagá, la caja putonta, en plena Nochebuena, cuando apenas
tienes escapatoria, y a sabiendas de que ver la tele es lo más parecido a comer
y lo otro, y de ahí lo delicado de empezar a verla, a Alejandrín y a Papitwo,
dos en uno. Para que veamos. Y toda su rastra de peladilleros, palanganeros y
besapeanas de la ceja, pidiendo que los beatifiquen como reyes del buenismo
guay, que dura, y duraaa. Un castigo así, para marías de la o, y después de
tener los ojitos moraos de tanto sufrir, en medio de la bulimia de sensaciones
y el desorden hogareño de las fechas, que nos va a dar, ya verás tú, eso que
los comunicólogos llaman soledad electrónica, o depresión post gemelos. Porque,
a ver, qué hemos hecho nosotros, odiendo ya. Como no sea que no hay televidente
inocente. Que va a ser eso. Y, como dijo Herodes, te jodes.
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