lunes, 19 de octubre de 2015

Tercera vía

Todos los países cultivan sus mitos. Unos los épicos u operísticos, como la grandeur francesa, la superioridad germánica o la flema británica. Nosotros, que fuimos tan infelices, a ritmo de bolero cultivamos en cambio, además de bajoquetas tiernas con roya, algo más zarzuelero como es la raza española futbolística o las famosas dos Españas, ahora diecisiete, en cifra más efébica. Una parada esta de las naciones –no hablemos ya de las autonomías– que, por ser ociosas las comparaciones, no es más que un desfile de frikis cuyos fondo y forma compiten por la infamia, y que en nuestro caso es solo unesperpento.
Ese cainismo secular, inalterable y sempiterno, cuya genética se pierde en frases como la galdosiana de que la intolerancia es el origen de todos los males que nos aquejan, demostrado después con un siglo largo de enfrentamientos, o la rúbrica culmen machadiana quintaesenciando esa afición nacional trágico-lírica a helar corazones, ha evolucionado sin embargo de modo que hoy, con el nuevo poder adquisitivo, el mercado de las ideologías ha puesto a nuestra disposición una serie de terceras vías para todo que hacen posible la superación de nuestro dualismo más irreconciliable en lo referente a los aspectos más importantes de nuestra existencia.
 Así, ya nadie riñe por querer niño y niña; se compra uno un perro, que gastan menos dodotis, o, en el peor de los casos, se adquiere el pack completo (niño, niña y perro) en el mercado de futuros, y ya está. O como poner a alguien el nombre de la madre o la suegra; se le pone Sheila María y se acabó (lo de María es para celebrar la onomástica, pues no se va a quedar la nena sin ella, además de para que la abuela le llame Mari).
La Tercera España en plena acción.
Otro suponer; las alternativas al vino y la cerveza, como conductores de la ira asesina hispana de colmado, que tampoco andan escasas hoy día: tinto de verano, clara, con te o sabor a limón, para evitar sus inmundos sabores originales. E igual de fácil resulta sustituir la carne o el pescado por una tortilla de algas (por tomar algo), o lo de poner ducha o baño, origen de tanta gresca genericida, que se resuelve con un buen jacuzi para, al final, ir a asearse a la piscina municipal. Por no hablar de las polémicas entre película/tomate o campo/playa, solventadas poniendo los anuncios o divorciándose, no obligatoriamente por este orden. O las olas de calor, que son pan comido, y sin hacer caso a ninguno de los miles de consejos con que por nuestro bien se nos atosiga, ni poner aire acondicionado: te vas al dentista y, en plena canícula, se te congelan las dos Españas y el árbitro. Y hasta la vieja diatriba fraticida Joselito versus Belmonte, hoy está superada con la más inofensiva Preysler versus Patri (Vargas de Llosa). Pero si hasta lo de los colores de la bandera, que muchos dicen que le falta uno, se solucionaría simplificándola aún más...
Si reñimos es porque queremos, pues ahora todo se solventa con alternativas de síntesis proporcionadas por un mundo volcado en la paz. El Estado Islámico, por ejemplo: sunnís y chiís, que se tiran al moño, y todo porque ya no están allí los usís (soldados USA).
Y es que todo ha cambiado un montón. Así, las guerras ahora se hacen de noche, fuera de foco, y el amor a pleno día y ante las cámaras. Otro ejemplo: cuando alguien te pregunta si estás de vacaciones para a continuación inquirirte con esa suprema estupidez resumen del esplendor veraniego: ¿y no váis a ningún sitio?, tú puedes responder: Sí. Estuvimos en Valldemosa y vimos la casa de Chopin y Georgie Dann, que se entendían, ya sabes –dejas caer, así como engolfado–, uno hacía la música y otro la letra, je,je. Y si buscas algo más impactante, que te has ido al casquete polar, antes que se deshaga (como todos). Y que averigüen el casquete.
Pero nada de esto importa; todo el mundo sabe que después del verano el cerebro está como lavado a vaporeta. El verano es de una tercera vía que te cagas. Es la época de síntesis por excelencia, y no sólo en lo único importante. Es cuando esa España agazapada tras los créditos y la división de opiniones entre la tesis y la antítesis, lo manda todo a la mierda y echa el cierre. Es La Tercera España, que por cierto está hasta los topes y hasta las criadillas de unos y otros de las otras dos y que, casualmente, en lo único que carece de opciones para ilusionarse en pintar algo en su vida, es en lo de la política, ya que todos, sin saber por qué, todos son o de unos o de otros y pertenecen a una u otra España, pero no a la tercera, que es paradójiamente la mayoritaria. Aunque no lo parezca.

Y no lo parece porque, aunque el mercado simule ampliarse con variedades tipo por ejemplo melocotón amarillo, melocotón rojo o los  típicos “tontos”, en política, donde el más tonto es concejal, para adaptarse al gusto ecléctico creciente y sacarle el amago a la vieja España bipolar que se pirra por la falsa pluralidad, como si se pusieran de acuerdo, pillan de aquí y de allá (aunque siempre de los mismos), y te fabrican un producto de síntesis, que es como el yogur, una tercera vía que resulta que lleva de todo, menos yogur. Y a la tercera España, que le den. 
Porque, en cuestión de yogures aún puedes pillarte el típico, pero en política, si no te gusta lo sintético, en todos los sentidos incluido el glandular, y no puedes hacer tu propia síntesis con productos originales, luego a luego lo único que queda es hacer de espectador, que te ríes y, de momento, es gratis. De momento.

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