jueves, 21 de octubre de 2021

ANIVERSARIO

 Una de las aportaciones clave de la prensa tabloide fue que por fin se podían leer las noticias con una sola mano, lo cual la hizo mucho más sexy. Había que practicar, pero sí se puede. 

El siguiente paso lo dieron los ordenadores, al facilitar aún más las cosas, pues prácticamente puedes degustar con el manos libres cualquier información y retozar de placer, como un guarín mismamente, en la sección de política por ejemplo, de una forma que sacaría de su órbita los ojos de un salesiano, lo que se dice enojonado, y sin miedo a su palmeta. 

Lo único es que, como tienes que manejar un ratón con la mano buena, la libre siempre es la tonta, y eso quita posibilidades de celebrar como se merecen las andanzas orales de los anales políticos, siempre de muy bajo instinto y peor prosodia. Máxime cuando ninguno de sus interfectos, aunque lo suyo sea de risa, se digna seguir el consejo de George B. Shaw, “si deseas contar a la gente la verdad, hazles reír o te matarán”. Que lo que es matarlos, como no lo hagamos de la risa que les damos… 

¿SERÁ COSA DEL VEROÑO?
El resultado pues, es que, como en toda historia de amor a plazos, has de renovar los votos (no votar, que es otra cosa) y buscar, no solo nuevos estímulos para el reenamoramiento del presente, y no me refiero (solo) a diversificar más allá del ‘misionero’ como pose vital –ya se sabe lo que dice el poema popular japonés: así es la vida, siete veces abajo, ocho veces arriba–, sino a superar los seguros bajonazos, la traidora desmotivación y el desamor garantizado del poco shakespiriano teatrus mundi de los ínclitos, que te deja morcillona hasta el ánima. 

Hubo un tiempo, cuando entonces, en que la prensa era viagra, y hasta los políticos eran más graciosos, quizá por si se les cumplía lo de Shaw. Pero hoy es un buen día. Se celebran diez años de la derrota de Eta. Se acabó. Ya no hay infamia, ignominia, odio, dolor, miedo ni cobardía, los frutos de lo sembrado que aún gobiernan. Y es normal que un lector como yo, que está para el sexiatra, al ver tanto alborozo, se le vaya la mano inconsciente hacia lo innoble y, sin querer, esgrima, uy, que palabra, una vieja sonrisa vertical.

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