jueves, 7 de noviembre de 2024

Cabezo (amarillo) de turco.

 Menos mal que ha ganado Trump. Si no, a ver a quien le echas la culpa de la DANA. 

DANAS


La medida universal de nuestra solidaridad ha resultado ser la garrafa de agua. Somos así de originales. Por alguna razón, mimética, climática o estólida, en cuanto las teles echaron las campanas de auxilio al vuelo -¡en Valencia falta agua!-, miles de ciudadanos se echaron a la calle para llevar una garrafa al punto de recogida, donde ya había miles y miles de garrafas, miles y miles de limosnas acuáticas, de detalles líquidos de la inmensa solidaridad española. 

Yo lo veía y me preguntaba si los escasos ciudadanos de Paiporta o Catarroja que veían tal cantidad de garrafas listas para ser arrojadas (perdón, enviadas) al epicentro de la Dana, no estarían gritando en sus cabezas:¡por Dios, más agua no! 

Menos mal que, a estas horas, como tantas otras cosas, esa agua aún no habrá llegado. Y se habrán apañado de otro modo, como siempre pasa, como pasó con las mascarillas, o con el chapapote. Todavía no se sabe que ninguno de los muertos haya sido por sed, al menos de agua. Las otras sedes siguen igual de insaciadas. 

Me refiero a la sed de proyectos que prevengan las calamidades; a una gestión verdadera de los recursos sanitarios, tan de pena; o la ejecución auténtica y no de cuento chino, de las ayudas y apoyo a incapacidades, dependientes, necesitados en general; o garantizar una enseñanza como tal y no ese remedo de educación que tenemos. 

Todo eso y mucho más son nuestras Danas cotidianas, de las que nadie hace caso salvo para tirarse cada uno su relato y adiós muy buenas. No hay UMEs (ni falta) para tanta necesidad ultrajada, abandonada, olvidada. 

Menos mal que nos queda nuestro humor negro, ese que habla todo el día cual letanía de la incontenible (y acuática) solidaridad española, de haber sacado de nuevo en las peores circunstancias lo mejor de nosotros, de que esta vez lo petamos y vamos a salir ¡aún mejores!, que se dice pronto, con el limosneo y el golpe de pecho, la lástima y el crujir de dientes, que tanto suenan a la confesión y comunión diaria de otros tiempos, otros chafardeos de una sociedad sostenida con la palmadita de qué buenos sois, el pueblo, y qué bien lo estáis haciendo…, so gilipollas.