Albergo mis dudas -y no sé por qué las dudas se albergan, la tristeza embarga o la responsabilidad abruma- sobre si la elección de un general para la reconstrucción de lo danificado en Valencia -Dana debería llevar ñ-, es un buen o mal síntoma de la que está cayendo.
En USA, hasta aquí epítome democrático, y en adelante quizás epitóteme de lo contrario, los militares, que siempre se ganaron el pan sin tener que hacer militronchadas, han incurrido en la política como cualquiera. Pero, claro, a diferencia de aquí, allí los mandatos se cumplen y los políticos se van a su casa, incluidos los militares –Washington llegó a desmantelar el ejército de liberación y se largó, desoyendo a los que le querían vitalicio-. Igualico que aquí.
Por no hablar de esa tentación europea, extrema en España, del caudillismo y el incrustamiento en la moqueta del poder a la que se pisa. Aunque los militares ya no son lo que eran. Y eso es lo peor, y me explico.
La Dana ha traído a colación ya tres generales, algo más que inédito en el devenir político, caracterizado por la contención y discreción del gremio. El primero en salir a la palestra fue el jefe de la UME, que en plena gresca ya entre Sánchez y Mazón, hizo algo más que una reseña de la actuación de su Unidad, saliendo al quite de lo suyo…y del gobierno central. Vale. Y ahora se nombra a otro cualificado miembro de la escala para la Generalidad, que a su vez se va a apoyar en otro, también experto en la cosa.
(Inciso: Días atrás, Pérez de los Cobos renunció a una ejecución (con perdón) avant la lettre, de su contencioso victorioso con Marlaska, para no perjudicar a otros generales que habían sido removidos hacia arriba al apartarlo a él. Lo que da muestras de un entendimiento y una inteligencia en esa parte del estado parangonable al existente desde hace tiempo en la magistratura, y desde luego nada equiparable a la escasez de esa inteligencia en la clase política. Y hay quien se pregunta si de algún modo, y si ya estábamos en el tiempo de los jueces, más que de las generales, no habrá llegado también la hora de los generales.)
A mí particularmente me la trae floja que el arreglador del entuerto en cuestión lleve galones o un vestido de lagarterana. Pero no sé qué es peor, si el
mantenimiento de ese prejuicio maricomplejín nacional -fundado en hechos harto
conocidos- de que los militares, mejor que se queden en sus cosas, y trasvases,
los justos, que es a todas luces un anacronismo, visto lo visto; o que no les
quepa sino entrar en las camisas de once varas de la gestión pública, dado el
nivel, por decir algo, al que ha llegado -claramente subterráneo, de cloaca- la
clase política, incapaz de incorporar prácticamente a nadie que no sea un
impresentable. De ahí mi duda.
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