A Juan Soto Ivars ya le tienen
pillado el DNI. Ahora se va a llamar Juan Choto Ivars.
Los viejos no viajamos (o viejemos) porque podemos, por el tiempo libre o por aburrimiento, sino por ponernos al día. Por eso siempre acabamos viajando al pasado, a aquel sitio que deberíamos haber visitado cuando jóvenes, a aquel que nos despierta la nostalgia, o a aquel otro cultural, que es en sí misma la quintaesencia del pasado.
Los edificios, los sonidos, los sabores -pero si hasta McDonald’s es pasado-, el ayer es la ruina por definición. Y si algo tiene la edad es la conciencia presencial, casi corpórea de que el presente pasa de un modo que ni existe. Hombre, hay quien jamás se percata de esa implacabilidad. Yo mismo tardé casi siete décadas en darme cuenta.
Pero estoy seguro de que, aunque sea la sola intuición de esa fuga, es lo que da el pistoletazo de salida hacia ninguna parte en forma de viaje, que todo el mundo sitúa en el futuro, aunque sea inmediato, pero que siempre se convierte en un regreso al ayer.
Irremisiblemente, pues el porvenir, por norma, pertenece solo a quienes tienen expectativas de vida, que, básicamente, consiste en construir vivencias, viajando o sin viajar, a las que poder volver ‘de nuevo’ en otra fase de la existencia, por reconvertidas de alguna forma en futuro.
Algo que es impensable en la última (bueno, penúltima) estación. Lo cual hace del viaje, en su concepción Imserso/Agencias, una huida hacia adelante que siempre acaba en el pasado. En un patético día de la marmota, y voluntario, o sin derecho a queja.
O eso, o eres un masoca irredimible que, cuanto más cerca del hoyo, más lejos de casa. De donde tanta cena y evento, la celebración de la no muerte hoy. O el cobro de la paga el 23 o 24 y su adelanto por los bancos para desbrozar esa carrera hacia la nada a la que todos colaboran.
Por eso el otro día me quedé aterrorizado al ver en mi correo un aviso de El Corte Inglés que decía: Antonio, te mereces no parar de viajar. Es lo mas parecido a la maldición de la gitana, pleitos tengas y los ganes.
Y ya me veo por ahí, sin
parar, pirata perdido del uno al otro confín, que es mi Visa mi tesoro, mi ley
la bolsa de viaje, mi única patria, viajar. Todo un poema. Qué les habré hecho.
Tengo los ojos tan hechos
a gobernarme en lo oscuro,
que cuando miro tu cara,
con tus ojos me deslumbro.
Cuando tenga la Internet,
con (tu cara) mis ducas voy a hacerme
una paginita web.
Sé que no tengo perdón,
pero disculpa, muchacha,
el prontito que me dio.
Alabo yo tus ojos cuando me miran,
los dedos de tu mano
son como anzuelos,
la raíz de mis carnes
a mí se me eriza,
tu cuerpo es una cama
donde me duermo.
Gente no para de hablar
y hecha gasolina al fuego
para que me queme más.
Y quisiera ir adonde se fueron
los sueños del ayer
cuando se perdieron.
Y poder decir
que las ilusiones
me han hecho a medida
un trajecito nuevo.
El aire que yo tenía.
mijita de pan, mijita de pan,
te lo has llevaíto puesto
cuando coges y te vas.
En mi niñez, una película en color era sinónimo de buena. Algo así como las rubias, o las pesetas. De esta guisa nos tragamos cada callo de no te menees. Claro, como el franquismo era tan gris…, dirán los que a su vez se han tragado esa memez de los que reescriben (y repintan) la historia a su modo.
Pero el color del franquismo no era el gris sino el blanco y negro, que era el del cine (y la fotografía) de la época, que son los que modulan en la retina su visión y revisión. Cuestión de pituitaria. Y ello por una simple razón técnica.
Como lo cotidiano, el vestuario, la decoración, los ajuares, el mobiliario, el paisaje, se daba en colores predominantemente planos y mates -pues, eso sí, el brillo brillaba por su ausencia (hasta los sesenta)-, al ser manufacturado por la óptica de entonces aparece en gamas de gris y así queda para la posteridad. Es el mismo tipo de manipulación, pero en este caso ideológica y autoinfligida, que experimentó la propia generación que instaló esa opinión del grisú del franquismo, cuando a partir de Novecento y toda la moda neo pobre expandida con la crisis del petróleo, fijó una serie de colores planos aunque impuros, como el marrón, el pardo, cereza oscura, verde sucio, añil, azul marino, como los propios de los obreros y el campesinado clásicos, y haciéndolos suyos (quizá en una reacción anti floral y anti hippie, o mimética) para identificarse con un pasado irreal, se personaron en la historia como los herederos (y vanguardia) legítimos de esas clases.
Todo un artificio cuyo mayor triunfo por aquí fue lograr que el color del pasado ya no dependa del punto de vista subjetivo de lo vivido en riguroso directo, sino del cristal con que la miren ellos. Que ya tiene mérito, pues, como modistos de época y directores de arte no tienen rival.
Si bien siempre
han contado con una ventaja, y es la inclinación de una buena parte del
personal a pensar que cualquier tiempo pasado fue peor, especialmente ese. Mientras
sus nietos lo añoran por maravilloso sin haberlo vivido. ¡Ole! Tal vez por serles
el presente tan infame, que a saber de qué color pasará a los anales, nunca quizás
mejor dicho.
España es el país de la UE con más pobreza infantil. El triunfo de Mandani reescribe el mapa moral de Occidente y convierte la ‘segunda ciudad sionista’ en un laboratorio pro Palestina. Autocracia en TVE: su presidente decide sin el consejo contratos por 400 millones. La brecha salarial entre los empleados públicos y los del sector privado llega al 25%. El mayor buque de guerra del Pentágono entra en aguas caribeñas Al menos 12 muertos en un atentado suicida en Islamabad. En el futuro, los ricos serán más guapos y los pobres más feos. Leire Díez implica a Sánchez y a Bolaños. Ofreció al fiscal Stampa su regreso a Anticorrupción: “Viene del máximo”. Se desconoce el número de víctimas en Filipinas por el super tifón. Muere a los 112 años Angelina Torres, la española más longeva. Trump pide a la Corte Suprema que revoque la sentencia que lo condenó por abuso sexual y difamación. El gobierno negocia otro indulto para Junqueras. Canadá pierde su estatus de país libre de sarampión. Torres adjudicó en una hora dos contratos idénticos a una empresa investigada. Opacidad de la diócesis de Getafe cuando Zornoza, sobre abusos y encubrimiento. Los Javis se separan tras 13 años. Sánchez asegura que llegará a 2027. La normalidad vuelve a la audiencia de Pablo Motos tras el paso de Rosalía por La Revuelta. El plan antitabaco de Mónica García dispara el contrabando. La crisis del cribado de mamografías en Andalucía parece que no penalizará en votos a su gobierno. Interior da chalecos antibalas caducados a los policías del Campo de Gibraltar en plena guerra con el 'narco'. La crisis de la gripe aviar amenaza con dejar sin huevos a España. Mazón coloca a su segundo como candidato. La vivienda seguirá subiendo. Las obligaciones de España superan el 600% del PIB. Bolaños -suspendido como abogado por infracción deontológica- sigue adelante con su golpe a la Justicia. Según el decano del colegio de abogados de Madrid, “la fiscal de Madrid se sintió como un sándwich” (¿empanada entre García Ortiz y algún otro panarro?).
“Madre mía, Mari, cómo viene la prensa…”
“ Sí, todo lo que tu quieras, Pepe, pero, ¿has tirado de la cadena?”
Por estas fechas, quien más quien menos saca a pasear su pequeña melancolía de superviviente que echa de menos a sus seres queridos ausentes. Además, por supuesto, de llevarlos en el corazón, o en la cartera, que casualmente son los dos modos de votar (bueno, y algunos con el culo).
Pero, mientras no los lleven en un bolso…, como la viuda de Sir Walter Raleigh, aquel pájaro inglés antiespañol de cuidado, cuya cabeza embalsamada producto de su decapitación, portó consigo la parienta en un maletín el resto de su vida. Eso es fidelidad y lo demás es retórica. Y ganas de durar.
Porque es que todo el mundo quiere durar mucho. Y no solo en el sexo, que es la aproximación a la infinitud más asequible, sino en la vida en general. Como si eso fuera sinónimo de triunfar. Al éxito por la longevidad. Y a tal extremo, que diñarla con 70 tacos es pifiarla joven, siendo muy común oír de cualquier defunción eso de “no le tocaba”. Como si su número no estuviera en el bombo.
Y sin embargo yo creo que eso de vivir mucho está sobrevalorado, siendo más de la opinión del clásico Juan Rufo: Vida larga igual a prisión luenga, retablo de duelos, soledad de amigos, vergüenza de haber vivido y temor de no vivir. Aunque lo de la vergüenza sea más por sobrevivir que por haber vivido.
Y sé que esto es darle ideas al poder, que hoy está en una disyuntiva histórica y fatal, debatido entre hacer morir de nuevo, tal y como siempre hizo hasta que el personal empezó a ser necesario para producir (cosa que, con la sobra de personal, vuelve a darse), como lo demuestran la eutanasia, el abandono del bienestar o la indiferencia ante la mortandad, salvo que el interés electoral sea goloso, y cuyo anticipo más evidente es la dejación (dejar morir) ante la parca, cada vez más común; o eso o no dejar morir y hacer vivir, y mucho, que es su inercia predominante hasta hoy, como es visible con la medicina, los viajes, los cuidados, y que suscita la interrogante lógica, visto lo visto y con lo que viene, de ¿hasta cuándo?
Que es por lo que los súbditos, mayormente, seguimos con
esa ilusión de la longevidad. Al fin y al cabo, de la ilusión, también se vive.