En mi niñez, una película en color era sinónimo de buena. Algo así como las rubias, o las pesetas. De esta guisa nos tragamos cada callo de no te menees.
Claro, como el franquismo era tan gris…, dirán los que a su vez se han tragado esa memez de los que reescriben (y repintan) la historia a su modo.Pero el color del franquismo no era el gris sino el blanco y negro, que era el del cine (y la fotografía) de la época, que son los que modulan en la retina su visión y revisión. Cuestión de pituitaria. Y ello por una simple razón técnica.
Como lo cotidiano, el vestuario, la decoración, los ajuares, el mobiliario, el paisaje, se daba en colores predominantemente planos y mates -pues, eso sí, el brillo brillaba por su ausencia (hasta los sesenta)-, al ser manufacturado por la óptica de entonces aparece en gamas de gris y así queda para la posteridad. Es el mismo tipo de manipulación, pero en este caso ideológica y autoinfligida, que experimentó la propia generación que instaló esa opinión del grisú del franquismo, cuando a partir de Novecento y toda la moda neo pobre expandida con la crisis del petróleo, fijó una serie de colores planos aunque impuros, como el marrón, el pardo, cereza oscura, verde sucio, añil, azul marino, como los propios de los obreros y el campesinado clásicos, y haciéndolos suyos (quizá en una reacción anti floral y anti hippie, o mimética) para identificarse con un pasado irreal, se personaron en la historia como los herederos (y vanguardia) legítimos de esas clases.
Todo un artificio cuyo mayor triunfo por aquí fue lograr que el color del pasado ya no dependa del punto de vista subjetivo de lo vivido en riguroso directo, sino del cristal con que la miren ellos. Que ya tiene mérito, pues, como modistos de época y directores de arte no tienen rival.
Si bien siempre
han contado con una ventaja, y es la inclinación de una buena parte del
personal a pensar que cualquier tiempo pasado fue peor, especialmente ese. Mientras
sus nietos lo añoran por maravilloso sin haberlo vivido. ¡Ole! Tal vez por serles
el presente tan infame, que a saber de qué color pasará a los anales, nunca quizás
mejor dicho.
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