jueves, 2 de junio de 2011

Cinematontunas: Ladrones (también) de planos

En la confusión reinante, le he oído a algún periodista de la tele regional decir en plan advertencia recriminatoria, que ahora el PP nos va a aburrir con películas del oeste, sin caer, bien por no entrar en sus obligaciones el saber la programación de su propia casa, o absortos en la exhaustiva información que nos deparan, en que llevamos aburridos la tira,

pues sus compañeros programadores no solo adocenan desde los inicios con todo tipo de bodrios de lo peor del cine casposo, auténticos atentados contra la igualdad, paridad, la biodiversidad, el copón de Bullas y todo el catecismo progre, tan solo minutos después de que desde los informativos con faltas de ortografía, deficiencias de lectura y evidentes muestras de analfabetismo, sus locutores u otros intelectuales de pesebre que amenizan la ingesta de algunos comensales atrevidos, hayan descalificado tal cine como españoladas, sólo por proceder del tardofranquismo. Pero la estrella cinematográfica echada por ese ósculo trasero que muchas veces es la pantalla, son las películas diarias del oeste, género al que por iguala, todas las teles bellacas del país están abonadas, de modo que los paquetes de los más infames ejemplos de ese material rotan de una a otra, repitiéndose hasta gastarse y hacer daño a los ojos.
El árbol del ahorcado de TCM
Pero eso no es lo más grave. Todo puede perdonarse con tal de ver un western, aunque sea con Sam das Bolas, Robert Hundar o Fernando Sancho hablando en mejicano. Lo peor es que, siguiendo la moda de toda tele mindundi que se desprecie, han adoptado como forma estándar de emisión el formato recuadro central –hasta La Sexta3, la gran esperanza blanca de los cineadictos, picotea en tamaña mierda–, que consiste en poner sólo esa parte de la imagen y ampliarla, con el efecto visual de un zoom que sólo deja ver eso, y que, literalmente, hace añicos la película, trastocando todo el lenguaje cinematográfico, al volver el plano general, conjunto, el conjunto en plano medio, y éste en primer o primerísimo plano. Y cien años de técnica e historia cinematográficas, a tomar por saco. Y todo, para que la película se parezca lo máximo posible a cualquier telefilme chusquero, que para más INRI suelen adaptar el lenguaje cinematográfico pero sin destrozarlo tan a modo.
Mención especial de la masacre merece el plano americano, su víctima más notoria, sin el cual una del oeste no tiene razón de ser, hasta el punto de denominarse plano vaquero, por haberse inventado precisamente para que en los western la figura quedase recortada por la rodilla de modo que no tuvieran que salir las botas de cuero originales, muy caras, evitando así un gasto de producción no permisible en los inicios. A este respecto, es como ver una película erótica emitida sólo con primerísimos planos de las orejas, o una de detectives a base de panorámicas campestres.
Podría aducirse, quizás irónicamente, que tal formato de emisión no resulta del todo criminal, ya que la carga dramática, al aparecer más centrada, no se pierde e incluso puede intensificarse. Pero es que lo que desaparece en él es nada menos que el contexto. Es decir, parte o toda la escena, los secundarios y extras, el ambiente, mucho del atrezo, por no hablar del fondo, que se esfuma. O sea, todo eso que la fotografía –y por si a alguien se le olvida, el cine son imágenes– expone para rodear y exponer lo principal, que sin ello queda desnudo y sin contenido. Imaginemos un filete a la plancha, sin más, o una historia de amor sin descripciones, sin relato, sin aproximaciones líricas, sin ambientación: o sería ininteligible o nos parecería algo toscamente porno y sin sentido. Pues lo mismo.
Ya sé que el número de comulgantes –o simplemente indiferentes– con tal modo de relación con el mundo crece exponencialmente, dándoles igual si se comen un simple nutriente o el resultado de siglos de civilización; o si se meten en el cerebro una ful con moscas o todo un producto cultural elaborado. Incluso hay gente desarrollada que por impostura, pose o pura farsa, defienden que qué más da, si todo va a parar al final al mismo vertedero. Tales relativistas suelen ser de la misma calaña que los que emiten esas pelis sin información, sin entorno, sin elementos para la comprensión y la crítica y la elaboración mental, porque, a ver para qué quiere el personal esas cosas, si lo que quiere son tiros. Y además, qué quieren más, si son gratis. De eso se trata. De lo de siempre. Ladrones de planos unos; atentatorios a la inteligencia, todos. Y mientras eso defienden y hasta practican en público como vulgares populistas, a la que pueden, y casi a escondidas, se hinchan de platos de diseño, de Bertolucci y mandan a sus hijos a estudiar por lo caro. Porque la información, sea visual o no, vale un pico. Y a los demás no nos dejan ver a los villanos laterales apostados en las aceras contra Gary Cooper en Sólo ante el peligro, por quedar fuera del centro de la imagen. Aunque en realidad es porque los villanos, que ahora pretenden quedar fuera de plano, siempre se protegen entre ellos, principalmente de los que simplemente queremos ver toda la película, y los rótulos, entericos.   

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