martes, 17 de julio de 2012

Un poquito de autopsia


La novela negra está en crisis a causa de la crisis. He aquí una huevonada redundante que voy a tratar de redimir.
Hasta aquí, la NN subsiste como un espejismo de brote verde entre el secarral que representa cada día más agrandado la literatura, la lectura y la edición, cuya paradoja es que, cuanto más aumenta el número de creadores, de lectores, editores y obras editadas, más disminuye el peso cultural, educativo o ideológico de la escritura, medio en el que la novela sobrevive como el muerto viviente por excelencia, en espera de ser enterrada sine die.

Una crisis literaria, indiscutida y cronificada y tipitopificada como de excelente mala salud, pero a la que ahora se une otra peor, creo yo, cual es la pérdida de su negror mismo, una amenaza de pulmonía doble que ya veremos si supera. 
El asunto no viene de ahora, sino desde que lo negro quedó perfilado históricamente por el síndrome de vacas gordas, que en su caso son bastante locas, y que ha determinado sus procesos de producción.
Observando su trayectoria, el primer gran pico del género fue durante los 40, en plena guerra y posguerra, y el segundo a continuación, en los 50, cuando son digeridas de una vez tres décadas de ignominia y se empiezan a arrojar sus heces en forma de pulp masivo. Algo hecho posible por la distancia necesaria para sublimar toda indecencia, y coincidente con una época de resurgir, y en USA especialmente con la década de más prodigiosa abundancia. Desde entonces, sabemos que el proceso de lo negro siempre es el mismo: se alimenta de una realidad larga y superabundante cuya degeneración va saliendo poco a poco a flote, y cuando toda esa papilla es asimilada, casi subconsciente y hecha leyenda, se reprocesa en forma de arte que cobra tanto más vigor cuanto menos evidente es lo que muestra.
La última prueba es el boom nórdico, nutrido durante décadas de aparente infinita bonanza en cuyo interior crecían los monstruos del mundo feliz, que una vez salidos a la luz operan como mecanismo ideal para mostrar las contradicciones de su útero, confirmando la teoría de Luckàcs de la novela, que, para no cargar, apuntaré sólo que la consideraba como el ideal de representación de la realidad, al hacer de ella un cuadro y no una fotografía, lo cual pertenece más al periodismo, y que es lo que más abunda, por desgracia.
Por novela negra pasan hoy diferentes subgéneros como el gótico, gore, terror, fantástico, cómic, etc, que en definitiva son las diferentes miradas desde las que hoy se aborda el lado oscuro del individuo y la sociedad para hacer una pintura que tiende a ser más una fotografía o un cuadro tan hiperbólico o deformado, que, de extrapolado, queda lejos de esa realidad que trata de plasmar. Y es que no es fácil hacer algo que se parezca a un relato negro de verdad. Y más aquí y ahora.
Es opinión común considerar la época actual como un periodo de lo más abonado para el género, y por tanto darlo por fructífero. Todo lo contrario. Lo será para el periodismo de sucesos, pero no para la literatura. Si así fuera, África sería un parnaso permanente en tal sentido. Pero por algo este tipo de escritura es propio de sociedades urbanas y desarrolladas. El morbo de su tinta no sale precisamente en la capa más descarnada de la vida, sino de sus entresijos, miasmas y detritus; y cuanto más internos su males (es decir, cuanto más aparente sea su contrario, la bondad), más potencia artística.
Por tanto, es la crisis toda, lo que sobredimensiona la realidad y hace demasiado evidentes nuestros males, lo que resulta ser el competidor número uno del género negro, lo que tiende a opacarlo y apartarlo de su objeto. Son los árboles que no dejan ver el bosque (o sólo a Del Bosque, que diría un castizo).
Ya pasó en los 70 cuando, coincidiendo con otra gran crisis, el género empezó a ser reconstruido con subgéneros, clichés y esquemas varios, en una ola expansiva que lo acabó de implantar entre nosotros (pues hasta entonces no existía, y sí el franquismo, género negro en vivo y en directo) a partir de elementos diversos tomados prestados del cine y otros productos audiovisuales, cuyo feedback, una vez convertidos estos en esenciales en la estructura mental de la gente, ha acabado impregnando el género.
Las nuevas generaciones son, así, sus devotos y más ansiosos forjadores, y no sólo porque sean el público al que se va adaptando el género, sino también, y esto es esencial para el futuro de esta literatura, porque tales generaciones son las involucradas en la contradicción misma de una sociedad paradisiaca con los pilares en un vertedero, en cuya aparente abundancia se han criado y cuyo crimen real padecen.
Se trata de los víctimas-frutos. Esos que mi generación aún califica sobradamente de privilegiados que no se dan cuenta de lo que tienen. Los más metidos en el problema mismo como para dilucidar la disfunción entre la aparente bonanza tanto de condiciones como de productos de serie negra, y la necrosia que habita en su interior sin dar la cara. 
Y los más aptos para ayudar a resolver, desde su posición “privilegiada” esa contradicción de una literatura (o comic, o cine, o videojuego) cada vez más lejos de ser el género realista por excelencia, a causa del refrito, el reportaje, la estandarización, el kitsch y la divulgación más o menos cara (o jeta), el derrotero fácil de un mecanicismo literario que amplía la crisis real del género en un naturalismo cromático y efectista en boga en todo arte actual, a cuya tentación de hacerle proselistismo como el gran asidero realista que parece, no puede sustraerse esa generación.
Y es que no sólo la realidad está llena de trampas. También su orden de representaciones. Y si siempre fue difícil extraer de su compost la quintaesencia para hacer otra cosa bien distinta, que es literatura, pero sin pasarse, que tampoco lo es (o al menos género negro, que es de lo que se trata), ahora, mucho más.

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