La novela negra está en crisis a causa de la crisis. He aquí una huevonada redundante que voy a tratar de redimir.
Hasta aquí, la NN subsiste como un espejismo de brote
verde entre el secarral que representa cada día más agrandado la literatura, la
lectura y la edición, cuya paradoja es que, cuanto más aumenta el número de
creadores, de lectores, editores y obras editadas, más disminuye el peso
cultural, educativo o ideológico de la escritura, medio en el que la novela
sobrevive como el muerto viviente por excelencia, en espera de ser enterrada
sine die.
Una crisis literaria, indiscutida y cronificada y tipitopificada como de excelente mala salud, pero a la que ahora se une otra peor, creo yo, cual es la pérdida de su negror mismo, una amenaza de pulmonía doble que ya veremos si supera.
Una crisis literaria, indiscutida y cronificada y tipitopificada como de excelente mala salud, pero a la que ahora se une otra peor, creo yo, cual es la pérdida de su negror mismo, una amenaza de pulmonía doble que ya veremos si supera.
El asunto no viene de ahora, sino desde que lo negro
quedó perfilado históricamente por el síndrome de vacas gordas, que en su caso
son bastante locas, y que ha determinado sus procesos de producción.
Observando su trayectoria, el primer gran pico del
género fue durante los 40, en plena guerra y posguerra, y el segundo a
continuación, en los 50, cuando son digeridas de una vez tres décadas de
ignominia y se empiezan a arrojar sus heces en forma de pulp masivo. Algo hecho
posible por la distancia necesaria para sublimar toda indecencia, y coincidente
con una época de resurgir, y en USA especialmente con la década de más
prodigiosa abundancia. Desde entonces, sabemos que el proceso de lo negro
siempre es el mismo: se alimenta de una realidad larga y superabundante cuya
degeneración va saliendo poco a poco a flote, y cuando toda esa papilla es
asimilada, casi subconsciente y hecha leyenda, se reprocesa en forma de arte
que cobra tanto más vigor cuanto menos evidente es lo que muestra.
La última prueba es el boom nórdico, nutrido durante
décadas de aparente infinita bonanza en cuyo interior crecían los monstruos del
mundo feliz, que una vez salidos a la luz operan como mecanismo ideal para
mostrar las contradicciones de su útero, confirmando la teoría de Luckàcs de la
novela, que, para no cargar, apuntaré sólo que la consideraba como el ideal de
representación de la realidad, al hacer de ella un cuadro y no una fotografía,
lo cual pertenece más al periodismo, y que es lo que más abunda, por desgracia.
Por novela negra pasan hoy diferentes subgéneros como
el gótico, gore, terror, fantástico, cómic, etc, que en definitiva son las
diferentes miradas desde las que hoy se aborda el lado oscuro del individuo y
la sociedad para hacer una pintura que tiende a ser más una fotografía o un
cuadro tan hiperbólico o deformado, que, de extrapolado, queda lejos de esa
realidad que trata de plasmar. Y es que no es fácil hacer algo que se parezca a
un relato negro de verdad. Y más aquí y ahora.
Es opinión común considerar la época actual como un
periodo de lo más abonado para el género, y por tanto darlo por fructífero.
Todo lo contrario. Lo será para el periodismo de sucesos, pero no para la
literatura. Si así fuera, África sería un parnaso permanente en tal sentido.
Pero por algo este tipo de escritura es propio de sociedades urbanas y
desarrolladas. El morbo de su tinta no sale precisamente en la capa más
descarnada de la vida, sino de sus entresijos, miasmas y detritus; y cuanto más
internos su males (es decir, cuanto más aparente sea su contrario, la bondad),
más potencia artística.
Por tanto, es la crisis toda, lo que sobredimensiona
la realidad y hace demasiado evidentes nuestros males, lo que resulta ser el
competidor número uno del género negro, lo que tiende a opacarlo y apartarlo de
su objeto. Son los árboles que no dejan ver el bosque (o sólo a Del Bosque, que
diría un castizo).
Ya pasó en los 70 cuando, coincidiendo con otra gran
crisis, el género empezó a ser reconstruido con subgéneros, clichés y esquemas
varios, en una ola expansiva que lo acabó de implantar entre nosotros (pues
hasta entonces no existía, y sí el franquismo, género negro en vivo y en
directo) a partir de elementos diversos tomados prestados del cine y otros
productos audiovisuales, cuyo feedback, una vez convertidos estos en esenciales en la
estructura mental de la gente, ha acabado impregnando el género.
Las nuevas generaciones son, así, sus devotos y más
ansiosos forjadores, y no sólo porque sean el público al que se va adaptando el
género, sino también, y esto es esencial para el futuro de esta literatura,
porque tales generaciones son las involucradas en la contradicción misma de una
sociedad paradisiaca con los pilares en un vertedero, en cuya aparente
abundancia se han criado y cuyo crimen real padecen.
Se trata de los víctimas-frutos. Esos que mi
generación aún califica sobradamente de privilegiados que no se dan cuenta de
lo que tienen. Los más metidos en el problema mismo como para dilucidar la
disfunción entre la aparente bonanza tanto de condiciones como de productos de
serie negra, y la necrosia que habita en su interior sin dar la cara.
Y los más aptos para ayudar a resolver, desde su posición “privilegiada” esa contradicción de una literatura (o comic, o cine, o videojuego) cada vez más lejos de ser el género realista por excelencia, a causa del refrito, el reportaje, la estandarización, el kitsch y la divulgación más o menos cara (o jeta), el derrotero fácil de un mecanicismo literario que amplía la crisis real del género en un naturalismo cromático y efectista en boga en todo arte actual, a cuya tentación de hacerle proselistismo como el gran asidero realista que parece, no puede sustraerse esa generación.
Y los más aptos para ayudar a resolver, desde su posición “privilegiada” esa contradicción de una literatura (o comic, o cine, o videojuego) cada vez más lejos de ser el género realista por excelencia, a causa del refrito, el reportaje, la estandarización, el kitsch y la divulgación más o menos cara (o jeta), el derrotero fácil de un mecanicismo literario que amplía la crisis real del género en un naturalismo cromático y efectista en boga en todo arte actual, a cuya tentación de hacerle proselistismo como el gran asidero realista que parece, no puede sustraerse esa generación.
Y es que no sólo la realidad está llena de trampas.
También su orden de representaciones. Y si siempre fue difícil extraer de su
compost la quintaesencia para hacer otra cosa bien distinta, que es literatura,
pero sin pasarse, que tampoco lo es (o al menos género negro, que es de lo que
se trata), ahora, mucho más.
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