miércoles, 31 de octubre de 2012

De vacío


¿Duele la muerte? Según filósofos o científicos, que hoy ya es lo mismo, no. Lo que duele es la vida. O mejor, los vivos son los que se duelen. Dolerse, que es reflexivo, y que se queda para los que quedan. Lo que da que pensar es el sufrir de quien padece, que deja este mundo o cómo lo hace. Todo tan inexplicable.
Promulgar el derecho a la vida, pues (que más bien tendría que ser un deber, el de aguantarla), como acto litúrgico viene de ahí, como plegaria, o acto de fe derivado de la rabia impotente ante la muerte misma, que se incoa al poder como encarnación del mal y esperanza del bien. Y al que con la muerte digna se le exige un bien (o un mal, según se mire) en contraprestación por no poder, saber o querer librarnos del finiquito. Una contradicción deber-derecho, fruto de la ambivalencia de nuestra (mala) relación con él. Y otra manifestación radical más del negativismo históricamente alzado ante la parca, como señalaron los culturalistas. Entremedias, dos dudosas prácticas.
La primera, irreal, la del duelo, prefigurado al empezar, ya en la moribundia, virtualizado y difuminado por ese sí es no es que es la medicina, y desfigurado definitivamente al reducirse el cadáver al formalismo de la morgue. A la exclusión del duelo, como todo lo que deja de tener un valor de mercado, que convierte a la muerte en un estigma, ante lo imposible de reconstruir la pérdida, resolviéndose con un sentimentalismo asocial que delata el gran fracaso de unir las personas a sus fines, desahogando los vivos sobre los muertos su desesperación por no acordarse ni siquiera de sí mismos, pues como reza el dicho judío: ”Nadie se acordará de ti”. 
La segunda, real, la cremación. Por acá, los incinerados ya son la mitad que los enterrados. Y eso que en el sur sale más barato morir (es para morirse). ¿Vamos progresando? No sé. La ceniza no deja de ser una propiedad embarazosa que todos tratan de aventar, yéndonos en ello el corazón. Aunque siempre hay quien tiene suerte. El de Shelley, el poeta, tras ser carbonizado, fue rescatado intacto de las cenizas por un amigo para enviárselo a su viuda Mary, y se supone fue a parar a su famoso Frankenstein. Pero, ¿y el nuestro?, ¿adónde irá a parar entre los vientos que corren?

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