jueves, 29 de agosto de 2013

Parentesia


Uno de los rasgos definitorios del humanoide moderno es la parentesia, que no hay que confundir con la propensión a utilizar a los parientes como anestesia del vivir (o a anestesiarlos con tu vida), sino a vivir ésta como un relato con paréntesis, que la (o)presión social quiere ya numerosos, obligatorios y permanentes.
Porque antes los paréntesis eran raros. El discurso vital era más a piñón fijo, más lineal, más plano. Nacías, te reproducías (o no) y morías. Hoy, sin tras(des)cendencia, futuro y una reproducción reducida cada vez más al acto, pero estéril, se tiende a ser muchos en uno y a vivir todas las vidas posibles en ésta, y a ser por tanto polifacéticos, multidireccionales y contradictorios. Lo cual es inconcebible sin esa acotación que, desde otro ángulo, como una digresión o inciso al margen, pero sin perder ripio de nosotros mismos, nos complementa y explica de otro modo como discurso personal. 
El paréntesis, pues, se nos ha naturalizado. Más aún que el guión, o la raya (aunque en esto alguno discrepe), que son como más de diario, más cotidianos. Y lo que interesa ahora es salirse de parva, o del guión, cortar, desconectar, cambiar de perspectiva. Y para eso, el paréntesis se las pinta solo. Sin él no somos nada. Aunque (y ése es su peligro) haya convertido el vivir en algo deslavazado e incongruente, al saturar nuestro relato con una vida entre paréntesis. 
Y eso que comenzaron siendo una cosa para bien. Así, el fin de semana, el primer weekend, eso que algunos llaman el “puto finde de los cojones”, empezó siendo religioso, cuando Urbano II, el papa aquel de las Cruzadas, instauró la llamada Tregua de Dios, periodo en que se prohibían los combates desde la tarde del viernes al amanecer del lunes. 
Pero al ir añadiéndose sin ton ni son y para todo, en forma de permisos, viajes exprés, cursos, asuntos propios, salidas, almuerzos, mandados, bajas laborales, escaqueos, compras, vacaciones regladas y no regladas (y no sólo para mujeres) o los famosos Moscosos, han llegado a difuminar la frontera entre el ocio y el negocio, el trabajo y la diversión, el dolor y el placer, la ganancia y la pérdida, de modo que, reducidos a una frase, una palabra, a veces sólo una letra (o un número) somos una persona entre paréntesis. Y tantos, que apenas si queda discurso al que referirnos para aclarar, complementar y explicar. Paréntesis pues, sin contexto y sin función. Versos sueltos. Parentesia sin cura. Y que dure.

No hay comentarios:

Publicar un comentario