jueves, 19 de septiembre de 2013

Que se besen


La agitprop triunfa y Cataluña empieza a preocupar, identificada ya como el problema. Y el miedo guarda la viña. De momento. El día que dependan menos de España, Europa tragará, obligará a lo que sea menester, se harán los tratados de rigor, y a otra cosa.
Pero por ahora, Cataluña es más síntoma que problema. Uno de los caballos de batalla del poder. 
Más problema es la mucha gente que aquí y allí le da igual si Cataluña o Balazote dependen de Madrid o de Singapur. Que le es igual irse o quedarse en un país cuyo arquitrabe ha sido secuestrado por la partitocracia de rehén, chantaje y extorsión, solapándose con el sistema para detentarlo, usurparlo y generar un engendro, ya casi cuarentón, cuya podredumbre la crisis, ese otro frente miedático, al no poder tapar la gangrena con billetes ha dejado en carne viva. 
Y lo peor es que lo más parecido a su regeneración es la propuesta, falsa por venal, del PSOE, el iniciador de la cosa, al verse ir por el retrete: una lampedusiana refundación parcial federalista y cuatro bagatelas, para seguir atornillados al rollo, exigiendo al PP bajarse de la burra, y juntos ya como peatones “superar lo mucho que nos separa”. Más propaganda. 
Algo  bueno ha de tener
vivir en un estercolero. Digo yo.
Es la pose que cualquier partido que se precie adopta de cara a la despreciable galería; PSOE versus PP, IU versus PSOE, o UPyD loca por ir de novedad, y así. Esa apariencia de pluralidad tan necesaria al supermercado político. La alternativa es pues, más de lo mismo, más status quo, que, como el grupo de rock, no se disuelve ni a tiros. 
Y la respuesta del gobierno, más tancredismo, el eterno año mañariano. Y eso que quien más pierde con la cuestión son los grandes partidos (ni el Colacao aquí, ni los melones de Tomelloso allí, creo que se encarezcan). Quizá porque hacer algo no sirva, o sea peor, pues con los nacionalistas, hagas lo que hagas, mal. O porque las cosas podridas también sirven, aunque sea como abono. Y que lo único realmente coherente que pueden hacer PP y PSOE (aparte de reinstaurar la democracia, que me río), es pasar de su romance antónimo, más que anónimo (y de ese antonimato ficticio a que nos someten), a un noviazgo formal. Pero, como juntos aún serían menos creíbles que por separado y venderían menos que un barquillero madrileño a la puerta de la Generalitat, tampoco lo harán. Ni con separación de bienes. Aunque a muchos les encantaría gritar que se besen. Andesiesque, preparémonos para una larga enfermedad, y manos a las carteras.

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